25 junio 2011

La marea*

Debía en la tarjeta de crédito una suma que ya no podía honrar. Hace una semana el Banco le comunicó que, debido al impredecible comportamiento del mercado, su tasa de interés aumentaría en un 5.8%. Suficiente como para que no pudiera darle alcance a todos esos ceros indetenibles.
Logró un extra crédito. Alquiló una habitación con vistas al océano en un apartotel rodeado de palmeras temblorosas. Sabía que no tenía valor para suicidarse. En vano había intentado varios métodos, desde la horca hasta el fuego. Pero siempre se detenía en el momento decisivo.
Por eso lo dejó todo en manos de la marea. Descorchó una botella de vino. El paisaje de Penedés que tenía dibujado la etiqueta le pareció más hermoso que la inmensa playa que había delante de él.
—Soy una víctima de la inconformidad —dijo en voz alta, por encima del ruido de las olas.
Esperó que los somníferos se diluyeran en la última copa. Ni siquiera el fuerte sol que le daba de lleno en los ojos impidió que se rindiera. Al día siguiente, todo aquel tramo de costa amaneció vacío. La marea había borrado hasta la más mínima huella.
Dos meses después de su huida, una máquina aún deja mensajes en su contestadora.
—Necesitamos que se comunique con nosotros urgentemente —reitera el aparato—. Su tarjeta de crédito ha sido cancelada y  nos veremos obligados a enviarla a nuestro departamento legal.
Su tono es imperturbable, sin matices, como la resonancia de la marea en el apartotel rodeado de palmeras temblorosas.

*Publicado originalmente en la sección De leer de Diario de Cuba, donde también han aparecido los cuentos El viaje y Venado al chocolate.

Alfredo Guevara se ha burlado de mí… o de Fidel

Alfredo Guevara se ha burlado de mí y de todos los cubanos que nos hemos quedado sin país, sin nación y sin futuro dentro de nuestra Isla. Resulta que el anciano promotor cultural cree que, con las reformas del presidente Raúl Castro, por fin Cuba ha comenzado una “transición del disparate hacia la sociedad socialista”.
Esa frase tan tajante me hizo pensar en todo lo que ha dicho y hecho Alfredo Guevara en tantos años. ¿Por qué mintió antes, a nombre de qué les infigió tanto daño a sus compatriotas? Si él estaba convencido de que en Cuba primaba el disparate, ¿por qué apoyaba sin condiciones y con tanta pleitesía al principal responsable de eso?
“Todas mis esperanzas, la verdad, están en que la desestatización y la desburocratización de la sociedad cubana, conduzca a una sociedad en que la creatividad de las personas se desencadene y sea tomada en cuenta seriamente”, dijo Alfredo como si hablara del triunfo de una revolución sobre una dictadura y no de un repentino aguacero sobre lo ya mojado.
Muchas veces oí esta anécdota del ICAIC de los años ochenta. El hijo de un técnico acompañaba a su padre durante el montaje de una película de Jesús Díaz. “Papi, ¿por qué Alfredo siempre usa el saco por encima de los hombros, como si fuera una capa?”, preguntó el infante. “Para cubrirse unas alas de angelito que le salieron en la espalda”, dicen que respondió Jesús de inmediato.
Creo que con estas declaraciones Alfredo por fin se quitó el saco de la espalda y nos permitió descubrir su verdadera naturaleza. De paso, se ha burlado de mí, de nosotros… o de Fidel; eso tampoco me queda claro.

24 junio 2011

Rot es más que suficiente

Ariel Eduardo Rotenberg Gutnik. Un nombre así tenía que ser abreviado y su dueño no se anduvo con miramientos. Paró justo cuando a su apellido solo le quedaban tres letras. Una menos que su hermana, Cecilia, que para aparecer en los créditos de las películas le agregó una hache inexistente.
Ariel Rot es el otro Rodríguez, el autor de de la “Milonga del marinero el capitán”, la voz que se oye detrás de Calamaro. Algunos, con injusticia, superficialmente, le describen como el Salieri de aquel dúo milagroso. Si la obra anterior de Ariel no alcanzara para desmentir semejante disparate, su nuevo disco sería más que suficiente.
Si algo hay que reprocharle a Solo Ariel, es que suena como si todavía estuviéramos en los noventa. Pero ese acto retrospectivo, al menos para mí, está perfecto. Tan perfecto, que a veces me quedo esperando a que aparezca la voz de Andrés en una de las pistas.
Cuando uno oye de un tirón las 13 canciones de un disco y vuelve a empezar por el principio,  eso quiere decir que lo que está sonando va a acompañarnos por un buen tiempo. Vivimos en una época de nubarrones, tsunamis y tornados. Cada vez se hace más difícil hallar diez o doce canciones que mantengan el hilo, la coherencia del discurso.
Hoy fue un día afortunado para mí. Solo Rot estará sonando a mí alrededor por un buen tiempo. ¿No lo oyen?: “El barco se hunde, el gato se escapa, mi chica me pega. La, lala la lala, la lala, la lala…”.

¿Por qué los cubanos no tienen libre acceso a Internet?

Hace unos días, una joven dominicana me hizo una pregunta. Antes debo ofrecer un antecedente. Cuando la conocí, sentía una gran admiración por la revolución cubana. Desconocía la vergonzosa realidad de un país que se ha hundido en la peor crisis económica y moral de su historia. Me hice cargo de que cambiara de parecer. Dos conversaciones fueron suficientes.
Cuando llegamos al tema del Internet, quedó desconcertada. “Espera, espera… ¿Cómo así? ¿Por qué los cubanos no tienen libre acceso a Internet?”, me preguntó. Antes de responderle, le enseñé cómo Silvio Rodríguez se hizo un blog. Entré a Youtube y busqué la entrevista que Amaury Pérez le hizo para el final de Con dos que se quieran, su programa de entrevistas.
Busqué justo el momento en que el trovador cuenta que estaba leyendo un blog de un cantautor venezolano. “Cuando iba a cerrar la página, miré arriba y decía: ¿Quiere hacer un blog? Pinche aquí y entonces yo dije: Bueno, no puede ser tan fácil”, confesó.
“Pinché y me abrió una página. Ponga su nombre, puse el nombre. Pinche aquí. ¡Ya usted tiene un blog! No, espérate, no puede ser así. Y fue así. Entonces hice un primer escrito, que le llaman post en el mundo de los blogs, y ya, y de pronto empezó a meterse gente, a decir cosas, a dar opiniones y a participar…”, detalló un Silvio aún estupefacto.
Entonces le hice una pregunta a la joven dominicana. “¿Qué pasaría si el resto de los cubanos descubren que tienen acceso al mismo nivel de libertad que disfruta Silvio, qué consecuencias tendría si comienzan a darle uso?”. “¡Aaahhhhh!”, fue su única respuesta. Ayer descubrí que le había dado varios retweets a cosas de Orlando Luis Pardo y Yoani Sánchez.
Hasta hace unos días tarareaba con ingenuidad viejas canciones de la Nueva Trova. Ahora quiere de verdad que los cubanos sean libres, libres como el sueño de la libertad.

23 junio 2011

Río Negro

Cuando la noche por fin llega al lago Hanabanilla,
el cielo del Escambray comienza a mecerse
hasta que logra dar una vuelta de campana.
Entonces lo barcos pasan a ras de las nubes,
flotando sobre los estratos y el humo,
como si quisieran darle alcance
a un verano que nunca llegó a cruzar
la frontera de farallones, cafetales y espesura.
Solo el río Negro sabe lo que pasa
debajo del agua.
No existe otro testigo.
Nadie más conoce ni ha visto
a los que viven
allá abajo,
en las casas líquidas del valle.
 
Mientras la materia se desvanece
y prosigue
el avance porfiado
de la masa de agua,
aquí,
en este imperceptible recodo,
hay un testigo que hace silencio
y espera sin inmutarse
a que las cosas vuelvan a estar en su lugar.

22 junio 2011

Mi Estadio Azteca, 25 años después

Recuerdo cada segundo de aquel momento. Estaba en casa de mis tías, las Venegas, en el Parque de Ceiba. Mi padre se había empinado ya media botella de Carta Oro. Ya estaba sin camisa y tenía sus pantalones remangados, como si eso le sirviera para ayudar en algo a los jugadores de Argentina.
En el minuto 54 del partido, Diego Armando Maradona quedó a cargo de la pelota, más allá del medio campo, y nunca más se deshizo de ella. Al final de 44 pasos y 12 toques, después de dejar a 6 ingleses tendidos en el campo, metió el gol más genial de la historia del fútbol.
Papi no sabía nada de fútbol hasta que Maradona aterrizó en México D.F. y se lo explicó todo en apenas unos minutos de juego. Afortunadamente, los comentaristas cubanos aún no se atrevían a entrometerse con los mundiales. Gracias a eso, oímos la narración de Víctor Hugo Morales:
“Ahí la tiene Maradona. Le marcan dos. Pisa Maradona. Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial. Puede tocar para Burruchaga… Siempre Maradona. ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! ¡Tá, tá, tá, tá, tá…! ¡Goooooool! ¡La jugada de todos los tiempos! ¡Barrilete cósmico! ¡Gooooooooool! ¡Quiero llorar, Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golazo! ¡Diegoool! ¡Es para llorar, perdónenme!  ¡Maradona en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos! ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés? ¡Para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina! ¡Argentina dos, Inglaterra cero! ¡Diegol! ¡Diegol! ¡Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina dos, Inglaterra cero!".
Lo que vino después es historia… y canciones. Fito Páez compuso un himno, “Y dale alegría a mi corazón”, y Andrés Calamaro dos obras cumbres: “Maradona” y “Estadio Azteca”. El 22 de junio de 1986 es un día inolvidable para millones de fanáticos y para mí. Gracias a aquel gol, mi padre y yo nos dimos uno de los abrazos más grandes que yo recuerde.

21 junio 2011

Guaraguao

Abrió una herida en la Luna de Quintas
y se hundió en el espejo quebrado de la noche.

Como una navaja recién afilada,
letal,
resplandeciente,
el gavilán descendió en picada
para llevarse consigo
los restos que conservábamos de la tarde.

No hay nadie que no tenga
algo que contar
de la bestia.
Algunos le hacen ofrendas
y otros la maldicen,
pero siempre acaban celebrando
ese conmovedor silencio  
que gira en torno suyo
y despedaza
todo lo que se mueve a su alcance.

Ya desapareció de nuestra vista,
no hay huellas reconocibles
de su vuelo raso,
escalofriante.
Solo ha quedado al descubierto
la frágil materia de la montaña
y el rostro ensangrentado del cuarto menguante.

20 junio 2011

La prehistoria que tendrá mi futuro

Hace una semana me pasé casi todo un día en las oficinas de un cliente. El  trabajo que debíamos hacer era muy complejo y prometía extenderse hasta la madrugada. Me busqué un lugar dentro de aquel enorme espacio abierto. Justo al lado de mi mesa había una gran cantidad de DVDs apilados.
Eran del Concierto para el pueblo dominicano, de Silvio Rodríguez. Pregunté qué hacían allí y si podía tomar uno. “¡Llévate todos los que quieras!”, respondió un coro a mis espaldas. Entonces me contaron que alguien los había mandado como cortesía, pero que en verdad a muy pocos de ellos les interesaba aquello. “La oferta ha sido mucho mayor que la demanda”, dijo una jovencita que escuchaba a Gustavo Cerati.
Al día siguiente, cuando cayó la noche, me serví un largo trago de ron y me dispuse a disfrutar del video. Antes debo aclarar que la noche en que sucedió el concierto, el 30 de abril de 2007, me negué a ir al Estadio Quisqueya. Aunque me hubiera gustado disfrutar en vivo algunas versiones que logran el Trío Trovarroco, Niurka González y Oliver Valdés, quise ahorrarme el incómodo viaje al pasado que suponía casi todo lo demás.
Me alegró reencontrarme con el “Escaramujo”, “Judith” y algunas canciones más. Logré abstraerme de muchas cosas y atendí exclusivamente hacia el interior de esas obras de arte que son parte del ADN de mi generación. Pero en otras el acto de constricción me fue imposible. El mal gusto del ambiente (durante casi todo el concierto ondea un injerto de la bandera cubana con la dominicana, algo parecido a esas delirantes insignias que hay por Oceanía) y la longevidad del público me fueron deprimiendo.
Al ver las reacciones de los que coreaban en el concierto, entendí por qué a los jóvenes de aquella oficina no les interesaba el DVD. En la extensa jornada que compartí con ellos, le puse atención a la música que oían: Cerati, Bunbury, Drexler, Calamaro, Marlango, algo de blues y rock en inglés. Es más o menos lo mismo que yo oigo, solo que su futuro está libre de la prehistoria que ya pesa sobre el mío.

19 junio 2011

Madre, qué coraje

Resulta que Hebe de Bonafini, esa señora con una cara perfecta para la etiqueta de un postre, también es una vulgar corrupta. Ahora me tranquiliza que no fuera solidaria con la causa de las Damas de Blanco. Es un alivio saber que prefiriera apoyar al dictador que oprime a las perseguidas de mi país. Eso reafirma la pulcritud de las cubanas.
Muchos argentinos sospechaban desde hace un tiempo que algo olía a podrido en la Plaza de Mayo. La aprensión fue creciendo poco a poco hasta que estalló el escándalo. Sergio Schoklender, el apoderado de la Asociación que representa a las ancianas, a quien todos mencionan como “el hombre con gafas oscuras”, ha malversado cientos de millones con el cuento de las reivindicaciones sociales.
Siempre al lado de Hebe, Sergio se movilizaba en un Ferrari o en un avión privado. Cuando quedaban exhaustos (hablar en nombre de los más necesitados también cansa), se iban a pasear en yate por el río de la Plata. A los que aún no se explican qué mueve la maquinaria de apoyo a los Kirchner (primero al esposo y luego a la viuda), este caso puede ayudarles a resolver su dilema.
Los jueces argentinos ahora buscan 300 millones de dólares que pertenecían al erario público y que no aparecen por ningún lado. No dudo que, si el caso se le escapa de las manos a Cristina, envíen a otro hombre con otro maletín desde Caracas. Todo es posible entre estas mafias "revolucionarias" y antiimperialistas.
Mientras tanto Hebe, esa mala madre de la Plaza de Mayo, seguirá provocando cada vez más indignación en muchas de sus correligionarias. Me imagino que ellas ahora sienten algo parecido a lo que sentimos los cubanos cuando la vimos acurrucarse en el pecho de quien nos reprime.
¡Qué coraje!

¡Feliz Día de los Padres, Camilo!

No recuerdo que pasara ni un Día de los Padres con él. Cuando tenía 6 años me llevaron a vivir con mis abuelos a una estación de trenes y desde entonces Aurelio ocupó su lugar. Éramos muy diferentes. Su lugar en el mundo estaba en Manicaragua y el mío en el Paradero de Camarones. A él le fascinaba esperar el amanecer dentro del mar, mientras practicaba la pesca submarina; a mí bastaba con oír pasar a los trenes nocturnos.
Papi era un hombre de acción. Por eso, en 1958, se unió a la tropa de Camilo Cienfuegos y participó en la liberación de muchos pueblos del Norte de Las Villas. Aún conservo su brazalete. Quisiera recuperar un trozo de película donde él y Camilo izan la bandera cubana en la azotea del Ayuntamiento de Yaguajay.
Se llamaban Serafín, sus amigos le empezaron a decir Camilo cuando volvió de la guerrilla. Era monotemático (en eso sí salí a él) y me imagino que le oyeron contar tantas historias del guerrillero desaparecido, que acabaron trocándole la identidad. Luego, cuando nací, me puso ese mismo nombre para que al menos en mí fuera cierto.
A veces me arrepiento de no haber compartido más aventuras con él y sus mejores amigos: Armandito Gutiérrez, Mario Abreu y Sergio Corrieri, el actor. Cada vez que se iban de cacería, yo prefería quedarme con Aurelio, para contar los vagones que traería el tren de Sagua. Una sola vez lo acompañé a una pesquería. Salimos por Casilda, en Trinidad, y estuvimos 15 días en alta mar. Aún son los más aburridos de mi vida.
Se murió sin comprender por qué coño yo prefería un arroyo de mierda al mar Caribe. Todavía creo que no me hubiera entendido por más que se lo explicara. De lo que sí hubiera querido convencerlo es que, a pesar de preferir mundos tan diferentes, lo quería mucho, muchísimo. Hoy, por ejemplo, quisiera recordar un Día de los Padres junto a él. ¡Felicidades, Camilo!

18 junio 2011

Un País que no es éste, ni el mío

El periódico que más leo es El País. Algunos de sus colaboradores logran textos que me producen una envidia incontrolable, daría muchísimas cosas por escribir parecido a ellos. Eso compensa, en alguna medida, su falta de objetividad cuando del PSOE se trata, todo el maquillaje editorial que le dan a los fiascos y las derrotas de José Luis Rodríguez Zapatero.
Pero en cuanto a eso, lo más difícil de mi relación con El País está en La Habana y en Santo Domingo, lejos de Madrid. Por tal de mantener su puesto y evitar una expulsión de Cuba, Mauricio Vincent matiza hasta rozar el borde de lo inverosímil, calla más de lo que dice y, lo que es peor, nunca está en el lugar donde se producen las verdaderas noticias.
En República Dominicana el caso es aún más penoso. La realidad de esta media isla, desafortunadamente, no despierta el mismo interés que Cuba en los lectores de El País. Quizá por eso han aceptado sin miramientos que su colaborador sea Iban Campo, un empleado del presidente Leonel Fernández. Más que un medio noticioso, El País se comporta aquí como un embajador dentro de una ambiciosa estrategia de relaciones públicas.
En la edición de hoy de del diario español se publica un extensa entrevista a Leonel Fernández. Justo al día siguiente de que el Senado aprobara un impopular paquete fiscal, concebido como un urgente paliativo al déficit que han generado la corrupción y el despilfarro del gobierno de Fernández. Sobre ello no se hace ni una sola pregunta. Tampoco sobre una vieja foto donde el Presidente posa junto al narcotraficante español Arturo del Tiempo. Todo lo que tenía que decirse de República Dominicana cupo en un párrafo:
“Queda por terminar la segunda línea del metro. Esperamos seguir avanzando en el sector eléctrico nacional. Tenemos retos en generación, distribución y transmisión de la energía. Esperamos inaugurar antes de final de año las primeras estaciones eólicas. Esperamos que lleguen a 100 megavatios antes de acabar. Tenemos grandes proyectos de infraestructuras… Son tantos los proyectos que nos quedan en un año que si no hubiese dicho que no me iba a presentar otra vez se creería que la enunciación de estos proyectos es una incitación a la reelección”,  concluyó Fernández con su particular sentido del humor.
Antes de marcharse, Leonel firmó un acuerdo entre la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode), y el Grupo PRISA (editor de El País). Todo se ve tan bonito y suena tan bien a los oídos, que me gustaría irme para un país donde él sea presidente y ejecute con la misma lucidez con la que habla. Sobre todo ahora, que estoy tan harto del que nos ha gobernado durante los últimos ocho años.

17 junio 2011

Jack Sparrow, el héroe que se perdió mi infancia

Esa es una idea que me hace perder muchísimo tiempo. A veces me perturba la certeza de haber dado demasiado tarde con ciertos creadores y algunas obras. Sé que de haberlos conocido en otra época, me hubieran cambiado la vida y, de paso, evitado no pocos yerros y tropezones.
Rock Springs, el libro de cuentos de Richard Ford, se publicó en 1987 y apareció en español en 1990. Pero yo no di con él hasta el 2003. Estoy convencido de que ese libro me hubiera curado, en un tiempo mucho menor, del empacho de realismo mágico que yo padecía. Con seguridad me habría ahorrado algunos de los tantos Camilo que he tenido que ser para llegar al de hoy.    
Keith Jarret grabó The Koln Concert en 1975, sin embargo yo no lo oí hasta hace apenas unos diez años. Desde entonces, pocas cosas me enseñan tanto como ese piano.  Cada vez que me encapricho en un adjetivo o trato de forzar una larga oración subordinada, pienso en el valor que Jarret le da al silencio y me lo ahorro.
Pero una de las cosas que más impotencia me produce es ver cualquiera de las partes de Piratas del Caribe. Siempre lamento no poder ser el Camilo niño quien las disfruta. Sé que con las frases de Jack Sparrow y su impredecible conducta, habría enfrentado mejor ese acto criminal que cometemos cuando nos deshacernos de nuestra inocencia.
Jack es el gran héroe que se perdió mi infancia. Lo hubiera cambiado gustosamente por los próceres de yeso y los guerrilleros de cartón que engalanaban nuestros alrededores. Sus aviesas lecciones me habrían enseñado más que tantas consignas y juramentos.
¡Junto a Jack todo habría sido tan diferente!

11 junio 2011

Mi iTunes está listo para encaramarse en la Nube

Desde hace unos días, cada vez que tengo tiempo, acometo labores de “limpieza y embellecimiento” en mi iTunes. Lo de la limpieza, se debe a cosas que con seguridad ya no voy a volver a escuchar. Al menos de motus propio. Cantautores de tercera que copian a segundos y primeros. Canciones que, con el paso de los años, se han ganado mi animadversión. Cosas insulsas que no las salva ni la nostalgia…
Lo del embellecimiento no solo tiene que ver con la apariencia sino también con el contenido. Ahora todos los discos tienen sus cubiertas originales y poseen la información indispensable. El mayor aliciente que he tenido para hacer eso es el iCloud, la increíble nube que anunció Steve Jobs y que estará disponible de manera gratuita en unos días.
Cada vez me cuesta menos trabajo deshacerme de las cosas. En el camino de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones a Quinta Font (un trayecto mucho más largo que los 1,062 kilómetros y 58 metros que separan a ambos puntos en línea recta), perdí muchísimos libros, todos los discos de vinilo y la mayoría de mis CDs. Gracias al iTunes, poco a poco, he ido recuperando las cosas que me eran indispensables.
La mejor noticia de todas es que esta vez no volveré a perder la música que atesoro. Nadie la puede manosear ni nadie se la puede llevar.  Los discos que me definen, las cosas que suelen sonar cuando yo soy más yo, ahora estarán allá arriba, como una sombrilla siempre dispuesta a cubrirme de todo desamparo. Porque no hay nada peor ni más penoso que un individuo que necesita oír una canción y no la encuentra.

10 junio 2011

Para saciar la sed con gestos

Marianela Boán llegó a República Dominicana hace un año. Venía de Filadelfia, donde vivió casi una década después que se fue de La Habana. En todo ese periplo, la más importante coreógrafa de la danza contemporánea cubana, no dejó de mover ideas y de movilizar metáforas a través de todos los medios que encontró a su alcance.
Tuve la oportunidad de asistir al proceso de concepción de Sed, la obra que acaba de estrenar en el teatro de Bellas Artes de Santo Domingo. No fui a ningún ensayo, jamás la vi reunida con los bailarines; pero las largas conversaciones que tuvimos en la sala de su casa (junto a mi querido Alejandro y los correspondientes brugales) fueron más que suficiente.
Cada encuentro se convirtió para mí en una lección. Los diálogos, aún los más caóticos y ebrios, me permitieron conocer de cerca cómo enfrenta sus procesos de trabajo una artista que defiende su condición con una valentía ejemplar. Solo así se puede decir todo lo que dice Marianela en Sed.
A la salida del teatro nos encontramos con Polibio Díaz, el reconocido fotógrafo dominicano. Estaba eufórico, feliz. Se apoyaba en su bastón para mirar por encima de todas las cabezas, como si quisiera dar un discurso. Cuando se aseguró de que mucha gente le estaba prestando atención, por fin habló:
—Esta mujer ha venido a decirnos lo que nosotros no somos capaces de reconocer ni admitir —dijo—. Nos ha suapeado a todos con una lucidez que me da escalofríos.
Polibio tiene razón en reconocer que la exagerada lucidez de Marianela a veces provoca desconcierto. Pero su intención no era avasallar sino revelar, provocar, despertar. El día que Marianela me explicó el título de la obra, dijo una cosa de la que siempre he querido escribir algo.
—No conozco a un pueblo con más deseos de aprender y saber que el dominicano —afirmó con vehemencia—. Aquí todos tienen sed y hay sed de todo.
Desde que los bailarines aparecen navegando encima de botellones de agua, comienza una cuenta regresiva por donde se ven pasar las claves del ser dominicano, las causas y los azares que le han condicionado a través de los accidentes de su historia. Los propios bailarines, con su impresionante demostración, prueban la tesis de Marianela y desmienten a los fatalistas, a los resignados.
Marianela Boán acaba de presentar una de sus obras más importantes. A pesar de todas las lecturas y significados que pueda tener, en ningún momento se predica nada, tampoco se ostenta. Por eso cuando los cuerpos desnudos abren las duchas que cuelgan de las bambalinas, apenas concluye la representación, que es solo el primer acto de la obra.
A partir de ahí es que comienza su verdadero empeño, que es tratar de saciar tanta sed con los gestos y los rostros que hasta ahora permanecieron invisibles.

09 junio 2011

Cuba levanta trincheras de papel

Hace una semana o dos estuve en la biblioteca de Luis Canela, uno de los más pertinaces lectores que he conocido. Como sé que Luis también se mantiene al tanto de cada avance que se produce en materia de tecnología, la primera pregunta que se me ocurrió hacerle fue si seguía comprando libros de papel.
—Ahora los compro dos veces, uno físico, por mero afán coleccionista, y uno para el iPad, que es donde realmente leo —me respondió.
Cuando tropecé con el dossier que La Jiribilla le dedicó al libro, pensé de inmediato en la curiosa respuesta que me había dado Canela. Como soy incapaz de pedirle que se someta a la lectura de esos textos, decidí hacer este post. Así puede llegar a tener una idea de cómo piensan algunos integrantes de la intelectualidad oficial de mi país.
Para Fernando Martínez Heredia, la apuesta cubana y la liberación social del país se ganará si se aprende a gobernar entre todos “a todas las formas de comunicación, y no nos dejamos gobernar por los que forjan nuevas cadenas con cada invención. Necesitamos el libro, prenda moderna que la Revolución democratizó”.
A Ambrosio Fornet lo que más le perturba es que la gente se deje engatusar por “los cantos de sirena del televisor o la computadora” (no, no se trata de un ensayo de los años ochenta del siglo pasado, les juro que la frase fue escrita hace apenas una semana). Es decir, que para él la impresión tal y como la ideó Gutenberg sigue siendo la única manera de acceso al conocimiento.
En el dossier participan algunos más, pero solo uno o dos parecen estar al tanto de que la “prenda moderna” que hay que democratizar ahora es el Internet. En esa nube que el genio de Steve Jobs nos acaba de regalar, caben todos los libros escritos jamás, pero sin bibliotecarios ni mediadores. Allí, sin paredes ni anaqueles, no hay nada que inducir o censurar.
Lástima que tipos que fueron tan revolucionarios en su juventud, como Martinez Heredia o Fornet, sean tan conservadores hoy. Claro, ellos tienen un punto. Si el internet fuera libre en Cuba, los temas del debate serían otros. Ya no habría tiempo para discutir cosas obvias, sobreentendidas.

Reina Luisa, al partir

Esa mujer con la cabeza llena de rolos y una cajita de cartón tabla entre las manos, es una de las cubanas más valientes que jamás he conocido. Es Reina Luisa Tamayo, la madre de Orlando Zapata, aquel albañil que prefirió morir de hambre porque, como había cantado de niño, “en cadenas vivir es vivir en afrenta y oprobio sumidos”.
Orlando también aparece en la foto. Sus cenizas están dentro de la cajita, en primer plano, justo delante de la bandera. Como en la época colonial, como tantos y tantos compatriotas suyos, Reina Luisa fue desterrada de su patria y tiene que marcharse de manera forzosa al exilio.
Para facilitarle las cosas en la partida, el régimen de los hermanos Castro militarizó un solitario y apartado cementerio de provincia. Con las auras tiñosas como testigos, exhumaron los restos de Zapata y se los entregaron a su madre. A pesar de las dimensiones de ese muerto, lograron encerrarlo en unos pocos centímetros cúbicos de madera desechable.
Me atrevo a asegurar que hasta los que dirigieron la penosa operación están conscientes de que esas cenizas, más temprano que tarde, volverán a su lugar de partida. Nada va a impedir que Zapata descanse en paz en el cementerio municipal de Banes. Mientras tanto, el fantasma de ese hombre estará persiguiendo a sus verdugos hasta que los cubanos puedan saber, con entera libertad, lo que él hizo por ellos.

08 junio 2011

Hoy como ayer, gracias

A la mañana siguiente de mi viaje de ida de La Habana, Freddy Ginebra me dejó en El Caribe. La bienvenida oficial me la dio Juan Fernando Dorrego, quien en aquel entonces era el último en irse y el primero en llegar a la redacción. Enorme y noble, como el oso Jogi, Juan Fernando no tardó en darme un abrazo y las lecciones elementales para que yo comenzara a trabajar aquel mismo día.
Él es español y su esposa Angelika, quien también trabajaba allí, alemana. Ambos eran asesores en aquel nuevo diario que se estaba gestado dentro de uno de los periódicos más tradicionales de República Dominicana. Poco después del mediodía, conocí a Luis Canela, quien por aquellos meses, de manera temporal, se había desdoblado de su oficio de banquero para convertirse en director del periódico.
Luis tuvo incontables gestos de generosidad conmigo. Pero el más importante de todos fue regalarme los libros que tenía repetidos en su biblioteca. Así comencé a recuperar lo que había dejado en Cuba y me hice de otras cosas con las que, en  honor a la verdad, ni había soñado.
Desde ayer, El Fogonero aparece entre los blogs de Hechos de Hoy, una página de análisis de América Latina, España y el mundo que gestaron Juan Fernando y Angelika con el apoyo de Luis. Eso me produce una enorme felicidad, porque es estar otra vez entre algunos de los que hicieron el mejor periódico dominicano que se recuerde.
Hace una semana volví a casa de Luis y, como es costumbre, me fui con un libro repetido debajo del brazo. Por aquellas felicidades y por estas, hoy como ayer, gracias.

07 junio 2011

La isla que quiere seguir perdiendo el tiempo

Muchos cubanos, impedidos de regresar a nuestra Isla o de vivir en ella como quisiéramos, nos hemos mudado a un país virtual que ha sido levantado entre todos, poco a poco. Allí, en las redes sociales y en una infinidad de blogs y páginas web, mis compatriotas y yo nos la pasamos comparando y soñando, discutiendo y queriendo.
No sé cuántas veces he recibido un email donde se destacan algunos de los indicadores que hacían de Cuba, en enero de 1959, uno de los países más desarrollados de América y de eso que todavía conocemos como el Tercer Mundo. Las infraestructuras y los avances tecnológicos que teníamos entonces eran realmente envidiables para muchos.
Pero a partir de ese mes y de ese año, nuestra república decidió comenzar a perder el tiempo y es así que hemos llegado al punto en que estamos hoy. En 2011, la mayoría de nuestros índices de desarrollo solo son mejores que los de Haití y La Habana, que antes era comparada con París o Nueva York, cada vez se asemeja más a Puerto Príncipe.
Para poder hacer “cierto balance del raulismo”, Carlos Alberto Montaner necesitó de al menos cinco años, que es más de un periodo presidencial en la mayoría de los países del mundo. Es comprensible. En Cuba ahora se hace tan poco y dentro de la isla hay una inmovilidad tal, que un lustro apenas alcanza para tantear o suponer, para comenzar a cotejar.
El mundo actual cambia a una velocidad vertiginosa. Lo que está vigente hoy, comienza a ser obsoleto dentro de tres meses. En Cuba, en cambio, un gobierno que ha fracasado rotundamente por medio siglo, aún defiende su permanencia a capa y espada. Por eso, como nuestra Isla ha decidido seguir perdiendo el tiempo de manera indiscriminada, nos mudamos para una virtual… y allí vivimos.

03 junio 2011

El trago más amargo de Ñico Membiela

En la calle O´Donnell, justo en la esquina de Santa Elena, su nombre no está escrito en ninguna parte. Y si estuviera, muchos jóvenes no sabrían de quién se trata. En el Hotel Jagua hace medio siglo que no retumban sus boleros. En Radio Ciudad del Mar ya nadie pide sus discos.
Cienfuegos fue obligada a olvidarse de Ñico Membiela. Todos los recuerdos que quedaba de él en la ciudad fueron ocultados de tal manera, que ahora no aparecen por ninguna parte. Y es una pena, porque poco antes de morir, cuando él ya había perdido la memoria, solo repetía el nombre del lugar donde se hizo trovador.
—Tengo que irme para Cienfuegos, porque me van a hacer un homenaje —dicen que decía.
Antonio Francisco Membiela nació en Zulueta, muy cerca de Santa Clara, el 3 de diciembre de 1913. Pero desde muy pequeño sus padres se lo llevaron a vivir a la Perla del Sur. Fue allí donde empezó a tocar la guitarra y no dejó de hacerlo hasta que se convirtió en un ídolo de los cubanos de los años cincuenta.
Muy pocos se enteraron de la noticia de su muerte, que ocurrió en Miami el 13 de julio de 1998. A veces no recordaba ni quién era. Aun así, jamás se olvidó del camino de regreso. Con su dedo índice señalaba en dirección al Sur y pronunciaba el nombre de su lugar en el mundo.
El trago más amargo de Ñico Membiela  fue ese, no estar tranquilo en Cienfuegos el día que murió su canción.

02 junio 2011

Estoy cansado de explicar las películas cubanas

Solo entro a Cubavisión durante la temporada de béisbol. Además, casi por disciplina, he programado la cajita del cable para que grabe todas las películas que pasen en ese canal. Gracias a eso ya tengo una apreciable colección que permanece a salvo en un folder.  Para ello, me he asegurado de que no se borren cuando el disco duro del aparato necesite espacio.
Eso me ha permitido hacer un interesante ejercicio de revalorización. Algunas de las películas que recordaba con cariño, ahora me han resultado sosas, pobres y hasta ridículas. En cambio otras, a las que no les di mucha importancia en su momento, me han sorprendido con cosas que no advertí entonces. El valor antropológico de algunas, donde se revela cómo éramos y dónde habitábamos, es lo que más agradezco siempre.
Pero ver películas cubanas también se me ha convertido en una experiencia muy agotadora. Mi pareja es dominicana. Estudió en su país y en Europa. Sus referencias culturales son las de cualquier individuo normal de una sociedad normal de finales del siglo XX y principios del XXI. Eso la hace incapaz de entender lo que sucede en esos filmes.
Cada vez que se produce un giro en las tramas, tengo que poner pausa y explicarle qué está sucediendo y por qué los personajes se comportan de esa manera. No niego que, en la mayoría de los casos, disfruto mucho verlas otra vez. Pero ya estoy cansado de tener que explicarlas tanto.