31 julio 2011

Lichi, te voy a seguir esperando

Hace nueve horas recibí un mensaje de Odette Alonso: “Camilo, murió Lichi hace unos minutos”. Ella no decía nada más y yo no me atreví a responderle. En realidad no atiné a decir ni hacer nada. Me puse tan triste, que ni siquiera tuve deseos de buscar otras reacciones en Facebook y Twitter.
Cuando empecé a cerrar todas las ventanas, vi que Carlos Pintado acababa de subir una línea: “Triste, muy triste...”. Suficiente. Me marché de las redes sociales. Busqué en el librero que tengo justo a mi lado, el tramo que ocupan todos los libros de Eliseo Alberto. Empecé a recordar los momentos que compartimos. Me serví un trago de ron y puse a Miguelito Cuní.
La última vez que nos abrazamos, yo le di una mala noticia sin querer. Habíamos quedado en vernos en el lobby del hotel donde se hospedaba en Santo Domingo. Cuando nos encontramos, bajé la cabeza para comentarle un cable que acababa de leer en la redacción de El Caribe y que daba por sentado que él conocía.
—Coño, Lichi, qué pena lo de Jesús, ¿no? —le dije.
—¿Qué Jesús? ¿Jesús Díaz? ¿Qué le pasó a Jesús? —nunca olvidaré sus ojos desorbitados, su enorme desconsuelo.
Se lanzó en un butacón a llorar. Parecía un elefante derribado por un cazador. Un alemán, con una pinta indiscutible de alemán, se detuvo frente a él para tratar de ayudar en algo.
—¡Cojones, compadre, es que Cuba ha perdido a uno de los tipos más cubanos que ha nacido en esa singá isla! —dijo Lichi manoteando, como si tratara de que el turista entendiera en sus gestos lo que no podía acertar en las palabras.
Hoy he pensado incontables veces en aquella escena. Y en nuestros largas conversaciones a través de chat. Las conservo todas. La mayoría están plagadas de largas carcajadas mías. Lichi no paraba de hacer chistes y se burlaba de todo, hasta de su propia muerte. Un día saltó la ventana de chat y era él.
“Camilo, te debo lo de la estación de trenes de Arroyo... No se me ha olvidado”, me dijo. Entonces yo le comenté que lamentaba mucho un escrito reciente, donde Paquito D’Rivera lo había atacado. Ambos hicimos comentarios elogiosos sobre el genial músico cubano y Lichi escribió una línea que copio textual: “Jajaja… ya que él escribe sin pudor, le voy a mandar pa llá un disco mío tocando el clarinete, ¡para que aprenda, jajajaja!…”
Siempre nos despedíamos varias veces antes de acabar el chat de verdad. La última vez que hablamos, estaba un poco triste, pero aún así tuvo fuerzas para burlarse de todo una vez más: “Es duro que la vida de uno dependa de un... motociclista, jaja: son los principales donadores de órganos. ¡Para contra, todos, todos, llevan cascos...!”.
Se despidió así: “Bueno, me has hecho reír mucho... Voy pa la cocina: chicharos, arroz con maíz, milanesas de puerco, ensalada, cerveza helada, cascos de guayaba y cafecitos... Nada, tareas propias de mi sexo, jaja”. Esa fue la última línea que me escribió.
No, no voy a responderle el mensaje a Odette. Quiero seguir esperando por Lichi. Yo sé que él tarde o temprano me va a mandar el texto de la estación de Arroyo Naranjo para que la suba a El Fogonero.

El puente de Segabien


Alfredo Zaldívar es uno de mis seres más queridos en Cuba. Nos conocimos a finales de los años ochenta. Entonces él dirigía la Casa del Escritor y comenzaba la aventura de Ediciones Vigía, donde se publicaban libros hechos a mano (uno de esos tantos disparates que los cubanos somos capaces de emprender para hacer realidad cualquier sueño).
Poco tiempo después me integré al equipo de Ediciones Vigía. Aunque en ese momento ya había descubierto que quería ser escritor por el resto de mi vida, debo admitir que en el lugar había algo que me gustaba más que la literatura: estaba rodeado de trenes y puentes.
Recuerdo que Zaldívar se reía de mí, porque cada vez que yo sentía el pitazo de una locomotora, dejaba lo que estuviera haciendo para asomarme en un balcón a verla cruzar sobre el puente giratorio del río San Juan. Tengo recuerdos imborrables de ese puente. Le dediqué varios poemas, lo crucé a pie, emborrachado con los pretextos que mejor valen una borrachera.
Hace un tiempo recibí un email de Zaldívar: “Aquí tienes un regalo muy especial, pues sé que cuando viajabas del Paradero de Camarones a Matanzas venías por la Línea Sur y te bajabas en la estación de Unión de Reyes. La locomotora es preciosa, la imagen fue tomada en 1925, el puente, no menos bello, fue proyectado por el francés Jules Sagebien, el arquitecto de la ciudad de Matanzas”.
Fiel a su meticuloso carácter, Zaldívar abunda: “Algunos especialistas consideran a Matanzas, primera ciudad moderna de Cuba, como la ciudad de Sagebien, también conocido como ‘el ingeniero de Cuba’. Data de la primera mitad del siglo XIX, sin lugar a dudas. Todo lo grande de esa época, con reconocimiento al nivel internacional más alto en la construcción de obras ingenieras y edificios, tuvieron su impronta”.
Me produce una gran felicidad saber que yo pasé por encima de ese puente. A través de él llegué a uno de los lugares donde más feliz he sido. Ahora, una vez más, lo cruzo para darle otro abrazo a mi querido Zaldívar. Ese viejo tren de los Ferrocarriles Unidos de La Habana me lleva al futuro.

Santo Domingo, la ciudad menos querida

Antonio José Ponte me pidió esta colaboración para el dossier Ciudades de Verano, de Diario de Cuba. En El Fogonero hay varios textos dedicados a Santo Domingo, pero en ellos siempre hablo de la ciudad y de los que la viven. Es la primera vez que me busco a mí dentro de ella, que me incluyo. Para ilustrar el post, me "robé" una fotografía del blog Juegos sin Fronteras, de la joven arquitecta dominicana Elia Mariel, quien vive en Santo Domingo y ama a La Habana. En la imagen se ve uno de los centros comerciales más importantes de la ciudad. En ese céntrico sitio, según me cuentan Mayitín y Soraya, había un potrero a principios de los años noventa. Apenas dos décadas después, esa esquina es uno de los puntos cardinales de la ciudad.
El gran Santo Domingo
Soy campesino. Eso me impide llegar a una ciudad sin tener que compararla con otra. Hace 10 años que vivo en Santo Domingo, en todo este tiempo no he podido deshacerme de la manía de poner a la capital dominicana frente a la capital cubana. Busco en las rocas de la Zona Colonial algún muro de la Habana Vieja. Trato de encontrar delante de los portales de Gazcue los jardines del Vedado. 
Esa obsesión no es exclusiva mía. Así ha sido por siglos y décadas, es casi una maldición que pesa sobre Santo Domingo de Guzmán. A pesar de que es la ciudad primada de América, pronto fue ninguneada por una Habana impetuosa y exuberante, casi excesiva. Los historiadores culpan por ello a la geografía (la capital dominicana carece de bahía y mira hacia otro lado, es decir, al Sur). Sin embargo, el ego de los que viven en ella también fue determinante. 
Cuando alguien del Cibao, del Este o del Sur Profundo emprende un viaje hacia Santo Domingo, nunca menciona su nombre. Todos le llaman La Capital. Esa expresión acabó limitando el gentilicio. Los dominicanos viven en la mitad oriental de la isla de La Española. Los que habitan Santo Domingo se llaman capitaleños. No tener que decir el nombre de la ciudad a la hora de definirse, les resta sentido de pertenencia, los distancia del lugar donde pernoctan. 
En las últimas dos décadas Santo Domingo ha crecido de una manera desorbitada. Cubanos que emigraron a principios de los noventa, llegaron a conocer potreros y enormes solares yermos donde hoy se levanta el nuevo corazón de la ciudad. En Naco y Piantini todos los días desaparece un chalet para que pocos meses después se levante una moderna torre. 
La ciudad primada por fin vuelve a ser la primera ciudad del Caribe. Mientras en La Habana las ruinas se multiplican, Santo Domingo se consolidad como la más importante urbe de la región. A pesar de su caos y de sus grandes contrastes, la capital dominicana ha sabido aprovecharse de varias coyunturas para recuperar todo el tiempo perdido y ser por fin un lugar a la altura del siglo en que vive. 
Si en 1959 la ciudad no supo atraer todas las cosas que se fueron de La Habana, con la debacle de Caracas parece haber aprendido la lección. Muchos empresarios venezolanos ha puesto a salvo sus inversiones en plazas comerciales y desarrollos inmobiliarios en Santo Domingo. Eso también ha tenido un positivo impacto en la arquitectura de varios sectores. 
El Gran Santo Domingo roza los 4 millones de habitantes, ya tiene metro (algo con lo que La Habana no puede ni soñar) y en estos momentos acomete un ambicioso proyecto de reordenamiento vial. Durante los años que viví en La Habana me la pasé tratando de recordar qué edificio había en el lugar de cada nuevo derrumbe. En Santo Domingo, en cambio, el ejercicio es al revés. Muchas veces no logró darme cuenta qué había en los espacios donde brotan, sin interrupción, las nuevas torres empresariales y de apartamentos. 
Lo que extraño, lo que agradezco 
Casi todas las cosas que extraño de La Habana se fueron de Cuba o están muertas. Ya no podré abrir la puerta de mi antigua casa, en la calle 11 del Vedado, para que Cintio Vitier me hiciera una breve visita con algunas croquetas de contrabando (compradas donde Oraida, una de las diosas de la comida casera). 
Tampoco podré perder una tarde entera conversando con Antonio José Ponte, quien llegaba armado con un paraguas y todo el pesar (y el placer) que le producía su oficio de ruinólogo. A través de una ventana, junto a mis compañeros de labor (Norberto Codina, Arturo Arango, Omar Valiño, Luis Lorente y Emilio Comas Paret), escanciaba los rones que acompañaban días, meses y años que no hacía falta contar. 
Extraño eso, perder el tiempo por placer. En Santo Domingo me es imposible. A la velocidad de mi trabajo se agrega el ritmo vertiginoso de la ciudad. Desde las 6 de la mañana hasta las 8 de la noche, de lunes a viernes, Santo Domingo es intransitable. Aún cuando no se tiene nada que hacer, uno tiene que andar con prisa. Eso, probablemente, no suceda en ninguna otra ciudad del Caribe. 
El último reducto del son 
En las afueras de Santo Domingo hay un enorme liceo lleno de banderas. Se llama el Monumento del Son y todas las noches, sin excusas ni pretextos, se llena de parejas de bailadores. Parecen sacados de aquellas fotografías de Mayito y Marucha, las que hicieron en los refugios de La Habana donde se fueron a morir los trajes y las costumbres de la República.
En el Monumento del Son se baila como en una Cuba que no existe. En el mediodía de Santo Domingo, muchos se detienen a escuchar La tremenda corte. Algunos locutores de la radio nacional, hablan con el mismo tono de voz que Manolo Ortega anunciaba la cerveza Hatuey. En una rotonda de la ciudad hay una réplica de la estatua de José Martí que preside la Plaza de la Revolución. 
Para ilustrar su libro Capitalismo tardío en la República Dominicana, Juan Bosch hizo retratar pequeñas casas de zinc y madera que aún sobrevivían en el mismo centro de Santo Domingo. Ellas eran una prueba para él de la modestia de la ciudad, víctima de la demorada instauración del capitalismo en el país. 
Aunque no lo dice de manera explícita, Bosch traza un paralelo con la Habana para llegar a esa conclusión. Él vivió en la opulencia del Vedado, trabajó con un presidente de la República y fue uno de los colaboradores mejor pagados de la revista Bohemia. Cuando se reincorporó a la sociedad capitaleña, debió parecerle la de un pueblo de campo. 
Los bailadores de son están en la periferia de la ciudad. El nuevo rostro de Santo Domingo ya no emula a La Habana. Ahora la Capital quiere parecerse a Nueva York o las ciudades de Europa donde la diáspora dominicana está ganado peso. Ya no hay techos de zinc en el polígono central de la ciudad. Modernas estructuras de acero y vidrios se están haciendo cargo del paisaje. 
Entre Freddy Ginebra y el caos 
Si Santo Domingo no hubiera existido, Freddy Ginebra la habría inventado con la excusa de recibir, abrazar y querer a sus amigos. La primera vez que volé hacia esta ciudad, me hicieron la advertencia de que para poder conocerla, antes tenía que conocer a Freddy. Así fue. Llegó al stand donde yo mostraba algunos pocos libros de Casa de las Américas y lo tomó por asalto.
—Hola, soy Freddy Ginebra. Lástima que no podamos ser amigos, pero es que ya conozco a demasiados cubanos —me dijo. 
En efecto, nunca fuimos amigos. Una semana después, cuando nos despedíamos en el aeropuerto, le di los besos y los abrazos que se les dan a los padres. Por él estoy aquí. Hizo todo lo que estaba y no estaba a su alcance para que yo viviera en esta ciudad. Cuando volví para quedarme, el mar Caribe estaba mucho más azul que de costumbre. 
—Tú no sabes el trabajo que me ha dado pintar ese mar —me dijo Freddy en el camino del aeropuerto—. Es que quería que estuviera más bonito que el de La Habana. 
A partir de ese momento se desató mi obsesión por las comparaciones. En la medida en que el tiempo avanza, el cotejo pierde objetividad. Hace diez años que no veo a La Habana. Muchas de las cosas que para mí aún están en pie, ya se desplomaron. Santo Domingo, mientras tanto, se sigue construyendo. La ciudad menos querida se acerca poco a poco a eso que todos esperan de ella. 
Aprender a vivir en Santo Domingo me tomó diez años. Sospecho que para dejarla tardaré mucho, muchísimo más. 


TRES TESOROS DE SANTO DOMINGO 
Casa de Teatro 
Casa de Teatro fue fundada por Freddy Ginebra a mediados de los años setenta. Concebida como un refugio para artistas emergentes, sigue cumpliendo ese cometido casi 40 años después. Pero más que el lugar o las creaciones que allí se presentan, lo que busco siempre son los abrazos y el cariño de Freddy. Él es el espacio que me hace entender y disfrutar todo lo demás. 
La calle Gustavo Mejía Ricart 
Atraviesa el corazón de la ciudad de Este a Oeste. No creo que sea exagerado al asegurar que es una de las calles donde mejor se come en el mundo. La llegada al país de numerosos chef europeos y la obsesión de ciertos dominicanos por la alta cocina, han convertido los alrededores de la Gustavo en el lugar donde se concentran más de siete maravillas del arte culinario. 
Los domingos en la mañana 
Santo Domingo es una ciudad caótica y muchos de sus habitantes le rinden culto al ruido. El ritmo frenético de los días laborables hace que apenas uno pueda detenerse a contemplar la ciudad. Para poder entender a la Capital dominicana hay que esperar los domingos en la mañana. Solo ese día, justo a esa hora, es que ella se deja mirar como merece que la vean. 


UNA PELICULA PARA VER A SANTO DOMINGO ACTUAR 
En Santo Domingo se filmó una película de culto, El Padrino II. Pero nadie que la ve reconoce a la capital dominicana, porque Francis Ford Coppola ordenó que la disfrazaran de La Habana. El Hotel Embajador (hecho según los planos del Internacional de Varadero) hace de Hotel Nacional, el Parque Duarte hace de Parque Central, una calle emblemática de la Zona Colonial hace de una calle anónima de un barrio habanero. 
Después de Coppola, varios directores han recurrido a Santo Domingo para que siga interpretando a La Habana. La última vez que lo hizo, hasta ahora, fue en 2005, cuando Andy García rodó The Lost City. En las películas, más que una ciudad, lo que vemos es una actriz. Pero si uno se fija bien en los extras, descubrirá que no caminan como cubanos. En la nobleza innata de sus rostros y en la humildad de sus gestos hay que buscar a Santo Domingo. Eso es lo que la delata.

28 julio 2011

Le debo un post

En las últimas semanas no he podido seguir escribiendo en El Fogonero con la consistencia que lo he hecho durante casi tres años. Campo de Texto me roba demasiado tiempo (más que a mí, a él). Tengo una lista de temas apuntados en el borde de una hoja que, a su vez, tiene apuntadas otras cosas de trabajo.
Le debo un post a Alfredo Zaldívar. Hace unos meses me envió una foto increíble de un puente de ferrocarril que hay en Unión de Reyes, ese pueblo matancero que se ha perdido entre el polvo de las más antiguas zafras y el pavor que produce la falta de futuro.
Le debo un post a Mano, una mano amiga que viajó desde España a Cienfuegos y desde allí, en bicicleta, al Paradero de Camarones. Él no puede calcular lo que significaron para mí esas fotos maravillosas de mi pueblo y sus personajes. A él y a su novia cubana nunca les podré agradecer ese gesto tan lindo.
Le debo un post a la arquitecta dominicana que me enseñó las diferencias reales entre La Habana y Santo Domingo, a la poeta brasileña que me demostró las cosas que se oyen en el silencio, al poeta dominicano que fue capaz de hilvanar 1,518 páginas de metáforas…
Debo demasiado, por eso no respondo el teléfono cuando el número me resulta desconocido. Prometo pagar, eso es lo único que puedo decirles ahora.

24 julio 2011

Los Ornicultores

El nombre se lo debemos a Laly, quien definió de esa manera la pasión que tenemos por el monte y por el arroyo de la sierra (que siempre nos ha complacido más que el mar). Nuestra más reciente expedición fue el sábado 23 de julio (mi padre, un montero incansable, hubiera cumplido 85 años de estar vivo).
Salimos de Santo Domingo a las 3:40 de la mañana. Es un lujo atravesar la ciudad a esa hora. Una de las cosas que más tomamos en cuenta en nuestras expediciones es la música y ese día empezamos por el rock and roll más duro. Era necesario. No nos dio tiempo a tomar café y necesitábamos mantenernos despiertos.
Llegamos a La Lomita justo al amanecer. La meta era escalar la loma Paremala antes de que se despertaran las aves. El objetivo, fotografiar a un papagayo (Trogón de la Hispaniola) que se había comportado sumamente esquivo en la expedición anterior. Mario Dávalos, mi compañero de viaje, el otro ornicultor, lo describe así en su galería de Flickr:
“Después de mi intento fallido hace dos semanas para conseguir una foto de esta especie, parece que este ejemplar me cogió pena y posó como un modelo. Me enseñó cada lado y cada pluma, saltó de rama en rama para mostrarme diferentes ángulos. Bailó, me miró fijamente y respondió cada llamado. Compensó con creces el desaire que me hizo un pariente suyo hace solo pocos días”, dice Mario.
La lluvia nos obligó a bajar, pero nos detuvimos en un colmado para desayunar. Antes, la mamá de Patricio nos había colado un café en una casa tomada por el olor del ajo, el orégano y la naranja agria; los condimentos indispensables para un cerdo asado a la dominicana. Llegamos al colmado a las 9 y ya había varios borrachos. Hombres de monte que quieren que el sábado se les acabe lo antes posible.
Huevos de guinea, pan viejo y cerveza. Con eso en el estómago seguimos avanzando por el vientre de la montaña. Cuando se está allá arriba, todo lo que está abajo puede esperar.

22 julio 2011

RELATATWEET. El regreso

Neil Armstrong nunca más ha vuelto a La Luna, pero piensa en ella todo el tiempo. La huele, la intuye, la imagina, la extraña.

18 julio 2011

El primer café

Con el primer café siempre llegan hasta mí la voz que tenía mi abuela Atlántida al amanecer, un voluminoso susurro que se confundía con la estática del viejo Westinghouse (el radiecito donde mi abuelo Aurelio trataba de sintonizar La Voz de los Estados Unidos de América, “porque si no —decía él—, no nos vamos a enterar nunca de lo que en realidad está pasando”).
Con el primer café siempre llegan hasta mí los olores que tenía mi pueblo a primera hora de la mañana, cuando el sol se acostaba encima del potrero de Felo López y le caía encima a los cañaverales de Ciprián Piz. Aquel sol, aunque les parezca raro, solo salía allí, jamás ha sido igual en ninguna otra parte.
Con el primer café siempre leo las cosas que necesito para empezar el día. Incluso antes de revisar cualquier diario, me hace falta alguna frase inspiradora de los mismos maestros de siempre. La lista es larga, pero irremplazable. En un estante que tengo a mi izquierda caben todos los libros de los que no me puedo zafar.
Después del primer café dejo de ser yo para darle paso a la vida cotidiana (Mario Dávalos dice que “de lunes a viernes hay que tragar muchas cucharadas de mierda para poder ser libres los fines de semana”). Ahí está, su aroma ya me alcanza, el ritual no durará casi nada (como buen ritual que se respete y se desee); pero en las próximas 24 horas nada podrá compararse a lo que él provoca.

17 julio 2011

Sin música, la vida sería un error

La revolución que se ha producido en las maneras de comunicarnos, ha trastocado también la distribución y el acceso de la música que consumimos. El deseo de ir a una tienda de discos y descubrir por azar los acordes y los versos que nos haría compañía en lo adelante, se sofocó sin que nos diéramos cuenta, sin que nadie nos avisara.
El disco, no ya como objeto, sino como estructura de un discurso artístico, también está en peligro de extinción. La manera en que los músicos dialogaron con sus públicos durante casi todo el siglo XX, ya no parece funcionar. Por eso se acude cada vez más a las formas más insólitas para distribuir las creaciones. La más extravagante que he visto hasta ahora fue a través de las cosechas de Farmville.
No pocos creadores se han desconcertado con este cambio brusco e irreversible. Esta mañana, en su cuenta de Twitter, Andrés Calamaro nos alertaba de que Prince había amagado con dejar de grabar discos. “Prince no puede equivocarse. Deberíamos grabar para nosotros y no compartir la música. Guardarla como un cuadro en la pared de tu casa”, dijo Andrés.
No puede contenerme y escribí algo en lo que creo firmemente: Cuando la música no se comparte es todavía silencio; las canciones existen cuando empiezan a ser de otros. Con gentileza, Andrés no solo le dio un retweet a mi idea, sino que la respondió con una frase inmejorable: “Sin música, la vida sería un error”.
Con una humildad escalofriante, Umberto Eco ha comenzado a reescribir El nombre de la rosa para “agilizar algunos pasajes y refrescar el lenguaje". El escritor italiano está empeñado en que su mejor obra sea “más accesible a los nuevos lectores” y se adecue al siglo XXI.
Algo semejante tendrán que hacer los músicos que harán la banda sonora de los tiempos por venir (y estoy convencido de que Calamaro estará entre ellos).  Porque cualquier solución que nos conduzca al silencio, como adviritó el propio Andrés, es un error craso.

16 julio 2011

Crímenes perfectos

Trató de escribir lo que quería en Twitter, pero lo que tenía en mente era mucho más largo. Una idea así no cabría jamás en 140 caracteres. Le pidió su celular a un amigo común, pero se negó a dárselo (quién sabe si por precaución o recelos). Acorralado por sus deseos, vencido por sus ansias, escribió su nombre y le dio send.
Llegó al mismo tiempo a todas las redes donde estaba subscrito. Esas pocas letras (solía ponerlo con una de menos) son la única prueba que hay de su muerte. A falta de otra pesquisa, en ellas está el desenlace del confuso episodio. Todo tiene que quedar despejado en cinco caracteres.  
Queda, pues, escoger entre el día y la noche, la Luna o el Sol, el asesinato o el suicidio.

15 julio 2011

Tres poemas más en Efory Atocha

Mi querido amigo L. Santiago Méndez Alpízar (Chago) se la pasa recabando poemas  cubanos donde quiera que haya alguien capaz de escribirlos. Así es que su blog Efory Atocha se ha convertido en uno de los más intensos y abundantes muestrarios de nuestra poesía (y a veces de la ajena). Chago publicó ayer, en su bitácora madrileña, tres poemitas míos. Pongo uno aquí con la excusa de invitarlos a pasar por Efory Atocha. Allí encontrarán un mundo de cosas más.

LUGARES COMUNES
El parque de Ranchuelo es un verso
del mejor poeta de tu generación.
La iglesia de Manicaragua
es el capítulo final de una historia
donde no se distinguen
los buenos de los malos.
El cine de Cienfuegos
es una selva tropical
donde Sandokan vence,
uno por uno,
a todos los villanos de tu infancia.

No dejes que se te olviden
los nombres de esos lugares
que perderás de vista
cuando alguien apague
la luz impredecible del sueño.

14 julio 2011

Volviendo al tema, con Félix Masud

Conocí a Félix Masud hace ya algunos años, en un viaje desde El Vedado hasta Cienfuegos. Durante casi todo el trayecto hablamos de Grandes Ligas. En ese entonces aún yo vivía en Cuba y apenas tenía acceso a las noticias del Big Show. Gracias a aquella conversación, puede enterarme de las hazañas de Ken Griffey Jr. y de otros dioses del mejor béisbol del mundo.
Si mal no recuerdo, esa noche fuimos al 5 de Septiembre a ver un juego de Cienfuegos contra Pinar del Río. En aquel entonces los Elefantes aún eran los Camaroneros. Faltaba mucho para que se convirtieran en esa poderosa manada que hoy me llena de orgullo. Ahora que lo pienso, esa fue la última vez que fui al estadio de mi provincia.
Nunca más supe de Félix Masud hasta hoy, que le veo en una noticia en Granma. El académico norteamericano, dice la nota del diario oficial del régimen, prefirió no participar en un foro internacional en Cuba, debido a las degradantes regulaciones que le impusieron en su país para poder viajar a la Isla.
Si hay algo degradante, verdaderamente degradante, Félix, son las regulaciones migratorias  que le impone el gobierno de Cuba a tus compatriotas (y no me refiero a los estadounidenses, obviamente). Nadie ha sido más vejado en un consulado que un cubano en cualquiera de esas oficinas donde ondea la bandera de su propio país.
Te envidio esa libertad que disfrutas como norteamericano de entrar y salir de ese país cada vez que quieras. Los cubanos, en cambio, estamos privados de ese derecho (que es es mucho más sagrado que el que tú defiendes ahora). Antes de exigirle a cualquier nación que deje viajar a sus ciudadanos a Cuba, primero hay que exigirle a Cuba el derecho que tienen todos los cubanos de volver a su patria cada vez que quieran.
Si alguna vez volvemos a coincidir, ya podremos hablar de Grandes Ligas en igualdad de condiciones. Hace 10 años que vivo en República Dominicana. Aquí a nadie se le ha ocurrido nunca prohibirle a la gente el mejor espectáculo posible de su deporte nacional. Por cierto, como sé que eres de los Medias Blancas de Chicago, ¿qué te parece Alexei Ramírez?

09 julio 2011

Wendy Iriepa, la habanera que expulsaron del "paraíso"

Wendy Iriepa es una habanera bellísima. Tiene 37 años y desde hace 4 es mujer.  El 22 de octubre de 2007, el cambio de sexo aún no se había aprobado en Cuba oficialmente. Pero, gracias a las influencias de Mariela Castro, ese día Wendy pudo deshacerse del cuerpo de hombre donde había permanecido encerrada.
La gratitud de Iriepa con la hija de Raúl Castro, la llevó a convertirse en su edecán en el Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex). “Trabajaba en protocolo, por lo que degustaba y custodiaba los alimentos de Mariela, además de revisar los regalos que le hacían”, confesó Wendy a Diario de Cuba.
Pero su suerte cambió radicalmente cuando se enamoró de Ignacio Estrada, un activista independiente que es perseguido por sus críticas al régimen. Meses antes, Mariela le había prometido a Wendy que sería la madrina de su boda. Cuando supo de su romance con el disidente, cambio su promesa por una amenaza de despido si se seguía compartiendo la cama con un “traidor”.
“A Wendy la han expulsado del Cenesex no por ser el enemigo, sino por algo mucho más simple, la han expulsado por acostarse con el enemigo, es decir, con alguien que pertenece a una entidad independiente”, denunció Leannes Imbert Acosta, directora del Observatorio Cubano de los Derechos LGTB (Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgéneros).
Por estos días se celebraron los 50 años de unas reuniones que Fidel Castro sostuvo con los intelectuales cubanos en 1961. En aquella ocasión, el Comandante en Jefe puso su pistola encima de la mesa para dejar claras sus intenciones a los presentes. “¡Tengo mucho miedo!”, dicen que dijo Virgilio Piñera. Medio siglo después nada ha cambiado. En el sexo, como en la literatura, dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada.

05 julio 2011

El hombre que vino con la lluvia

Anoche Santo Domingo permaneció bajo un torrencial aguacero. Las calles de la Zona Colonial se convirtieron en cañadas que se lo llevaban todo en dirección al mar. Aun así, unos 20 empecinados desafiamos ese vendaval y acudimos a la Tertulia Literaria de Casa de Teatro.
Lo que debía ocurrir era que Alejandro Aguilar y yo leyéramos cuentos y poemas. Además, se inauguraría la exposición Moda Lite, de Marethé. Pero quiso el azar que el poeta dominicano Basilio Belliard se apareciera allí con Eduardo Heras León. A partir de ese momento lo más importante fue compartir con él.
El Chino Heras ha sido profesor de varias generaciones de narradores cubanos. A finales de los años ochenta y principios de los noventa, algunos de los escritores más premiados de la literatura cubana actual, eran apenas nuevos pinos que descubrieron con él los libros inaccesibles y las técnicas indispensables.
Tengo muchísimas cosas que agradecerle a Eduardo. Pero de todas siempre me quedaré con la hermandad de Ángel Santiestéban. En honor a eso, anoche saltamos por encima de todos estos años para caer en tres o cuatro recuerdos imborrables. Ayer la literatura era la excusa, pero el hombre que vino con la lluvia acabó siendo el gran regalo para todos.  

04 julio 2011

Qué jóvenes éramos todos

Michel Perdomo, un escritor cubano que reside en Madrid, recuperó esta imagen quién sabe dónde y la subió a Facebook. En un lindo gesto de complicidad, nos etiquetó a Sigfredo Ariel y a mí. Los que me conocen saben que soy muy llorón, así que no es difícil suponerlo qué me ocurrió al verla. Esa foto donde Bladimir Zamora le brinda un poco de ron a Benny Moré, la hice yo mismo un domingo de 1990 ó 1991.
Con nosotros andaban Fidel Sendagorta (Agregado Cultural de España en Cuba), su esposa Mela y Santiago Auserón (el incombustible Juan Perro). En el Cementerio Municipal de Santa Isabel de las Lajas hacía una tarde espléndida y nosotros fuimos a celebrar el comienzo de Semilla del Son, el fecundo proyecto discográfico que llevó a cabo el líder de Radio Futura con la música cubana.
Cuando salimos de allí, fuimos a ver a mi madre y a mi abuela a la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones. En uno de los andenes, debajo de una mata de limones que había en mi casa, a Santiago Auserón se le ocurrieron unos versos que luego incluyó en una de sus canciones.
“Qué jóvenes éramos todos”, dice el pie que Michel le puso a la foto. En ese entonces, además, todavía ninguno se había marchado. Ahora que lo pienso, aquella época no duró tanto. Pero fue tan intensa que nos marcó a todos. Por más distancia que queramos poner de por medio, siempre acabamos volviendo de una manera o de otra.
En esa tierra que el ron riega, se quedaron las semillas. Casi todo lo que germinó después se debe a ellas.

03 julio 2011

Me hubiera gustado tanto haber crecido en un país normal

Cuando Fidel Castro cayó en cama. Su enfermedad se convirtió en un secreto de estado y Cuba entera se paralizó para esperar el desenlace. Aunque su hermano Raúl fue designado como sucesor (al modo de las más rancias dinastías), nada se hizo sin el visto bueno del líder supremo. Mi país dependía de un solo hombre.
En los países normales, cuando el presidente se enferma, la Constitución indica claramente qué hacer y todo sigue su curso, nada se posterga. Es una aberración, un crimen, que el presente y el futuro de una nación esté pendiente de un solo individuo. Nadie es indispensable. En cada pueblo hay muchos tan o más capaces que el presunto elegido.  
Colombia ha dado una muestra ejemplar de ello. Algunos llegaron a creer que Álvaro Uribe era indispensable para mantener la seguridad democrática en ese país. Juan Manuel Santos demostró en muy poco tiempo cuan errados estaban. Algo muy parecido ocurre en Brasil, donde Dilma Rousseff le ha dado una eficiente continuidad al legado de Lula da Silva.
Cuando Hugo Chávez cayó en cama. Su enfermedad se convirtió en un secreto de estado y Cuba entera se volvió a paralizar en espera de un desenlace. Aunque se trata del presidente de Venezuela; es el que paga las cuentas, el que corre con los gastos y las consecuencias de medio siglo de disparates y quimeras inviables.
Me hubiera gustado tanto crecer en un país normal, en un lugar que no dependiera de un solo hombre; sino del trabajo y las virtudes de todos.

02 julio 2011

Ornitólogos

En realidad buscábamos el canto de las especies en peligro. Salimos mucho antes de que la ciudad se despertara, pero aún así estuvimos a punto de llegar tarde al sitio donde los ornitólogos quedaron en juntarse. Una vaguada cernía sus consecuencias sobre el paisaje árido de la costa.
Una vez que arribamos al lugar del desembarco todo se aclaró para que las aves llegaran. Elegimos el mismo laberinto donde acamparon los guerrilleros (¿cómo se atrevieron a calcular que en estas montañas peladas podían conseguir otra cosa que no fuera la muerte?).
Cuando el canto del búho se reprodujo en las bocinas, un ejemplar bellísimo acudió a nuestro encuentro. Mario asegura que se miraron a los ojos a muy poca distancia. El ave debió preguntarse quién era aquel tipo que le apuntaba con un largo tubo donde él mismo acababa reflejándose. El fotógrafo no recuerda haber cuestionado nada.
El silencio y las sombras se quedaron con el búho. Nos marchamos hacia otra montaña y repetimos la misma práctica hasta tener éxito con algunos barrancolí, una cuyaya, dos chuachuá y el vuelo indescifrable de otras cosas que aquí siguen contradiciendo a la Ley de Gravedad.
Algunas especies siempre fueron aves, otras están por definirse y las más antiguas, las que siempre estuvieron aquí, comenzaron por ser peces. Esas tuvieron el privilegio de conocer esta montaña cuando todavía no estaba entre Azua y Baní, sino en el fondo inasible de un océano que nunca tuvo nombre.

01 julio 2011

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