Al menos por dos semanas me será imposible volver a escribir
en El Fogonero. Mañana en la
madrugada viajo a Cuba y no regreso a Santo Domingo hasta el 2 de octubre. Eso
convertirá a septiembre de 2011 en uno de los meses más improductivos de esta
bitácora.
No me gusta prometer casi nada, pero con motivo de este viaje
de ida y vuelta a mi país, he hecho dos compromisos. El primero lo voy a
cumplir en el andén de la estación de ferrocarril del Paradero de Camarones. El
segundo, a lo largo de todo el trayecto por las rutas de la isla.
Como padezco de cierta adicción a los artefactos de la vida
moderna, prometí no conectarme a nada
mientras permanezca en el territorio cubano. Como los antiguos, llevo una
libreta. En ella haré todos los apuntes y pondré todas las cosas que se me
ocurran. Sospecho que luego tendré deseos de compartir algo de eso aquí.
Nunca me pasó por la cabeza que este viaje sucedería tan
pronto. Mucho menos me imaginé las circunstancias que lo hacen posible. Durante la última década han desaparecido tantos lugares y tantas cosas, que de un tiempo a
esta parte pienso en Cuba como quien piensa en un lugar inasible y remoto.
Confieso que hay algo que me da mucho miedo. Sería terrible
que, después de 10 años de ausencia, me sienta como uno que llega por primera
vez. Siempre tengo a Calamaro cerca, por eso me despido
con una canción suya que estoy oyendo ahora mismo: “Dicen los toreros: ‘buena
suerte compañeros’. Y no es tan fácil como decir simplemente adiós”.