15 noviembre 2011

El mejor lugar del mundo

Cuando yo era niño, esa chimenea que hay en el fondo era enorme. Nunca había visto nada tan alto. Entonces, esa termoeléctrica bastaba para encender todos los bombillos de 100 watts que tenía mi provincia. Pero no hablo de eso. Tampoco de las naves que se ven delante, que son parte de unos astilleros abandonados.
Ni siquiera de la hilera de casas que se pierden de vista mientras describen algún tipo de ángulo. Eso se debe a que por ahí salían los trenes, a través de un pasadizo de piedras y basura que hería a Cienfuegos en un costado. Yo me refiero al pedazo de muro en el que estás sentada, a lo que hay a tu alrededor.
Eso era un muelle donde los estibadores cargaban las casillas con la mercancía que llegaba en los barcos. Una vez vi llenar de juguetes a más de veinte vagones. Venían de Hong Kong (en ese momento Fidel estaba peleado con China comunista por posiciones encontradas en las guerras de África).
Justo ahí, donde está ese carro gris (Luis Concepción no se atreve a asegurarlo, pero cree que es un Chevrolet del 56 o el 57), estaba la carrilera por donde entraba la locomotora de patio. No sé cuántas horas pasé en ese muro. Entraban y salían tantos trenes, que para un niño que aún no había cumplido los 9 años era el mejor lugar del mundo.
He tratado de explicarte varias veces por qué soy como soy. Se debe a incontables cosas, demasiada gente y muchos lugares. Eso que tienes a tu alrededor, sobre todo lo que ya no se ve, también me define. Cuesta trabajo imaginarlo, pero lo esencial sigue ahí. Quizá si consigues recordar el olor, recuperas el resto.
A veces ni la certeza de que todo está perdido logra desengañarte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No tienes que explicar por qué eres como eres. Solo trata de seguir siendo.
Ahhh, bonita foto.

Diana dijo...

No logra desengañarme y menos si estoy contigo.