29 febrero 2012

El ron y los principios se sirven en el mismo vaso

Los estúpidos suelen ofenderse cuando les llaman estúpidos. Esa es la mayor prueba que pueden ofrecer de su estupidez. Ni siquiera están en condiciones de comprender la gravedad de su limitación. Eso ya lo sabe Johnny Depp, quien se quejó con dureza de los espectadores promedio de Estados Unidos por no entender a su último personaje ni a su última película.
“Si les das cosas sencillas y fáciles de digerir como Piratas del Caribe, el público responde en masa. Si les pones delante una cinta inteligente y más compleja como The Rum Diary, se quedan en casa (…). El fracaso de la película es culpa de la estupidez y la incultura de la mayoría de nuestros espectadores”, dijo Depp como si todavía estuviera dentro del filme.
El diario del ron es una de mis novelas preferidas. Recuerdo perfectamente la tarde en que di con ella en la librería Cuesta de Santiago. Esa misma noche estuve a punto de terminarla. El avance de las páginas fue tan vertiginoso como los días de Hunter S. Thompson en el Puerto Rico de los años 50.
Thompson es el padre del “periodismo gonzo”, un subgénero que convierte al reportero en parte esencial de la noticia, en un actor más del contexto. Anoche, mientras veíamos las primeras escenas, volví a caer en ese raro vértigo donde las ideas, las convicciones y los sentimientos también parecen estar metidos en una oscura barrica de roble.
Es evidente que Johnny Depp no solo quiso parecerse a Hunter S. Thompson sino que intentó meterse en su pellejo. De ahí que, cuando saliera a defender la película, hablara con las mismas palabras del novelista. Ambos han acabado profesando una misma ideología, donde el ron y los principios se sirven en un mismo trago.
Eso no suele caerle bien a muchos. Cuando la verdad duele, la mayoría prefiere convertirla en una mentira colectiva. Suerte que Thompson y Deep, cada uno en su época, tuvieron la satisfacción de decir lo que dijeron y de levantar el vaso dignamente. Por ellos yo también levanto el mío. ¡Salud!

21 febrero 2012

La sicosis del plato fuerte

Diana suele planificar el menú de la semana. Lo escribe sobre un pizarra de Martha Stewart que ha fijado en una de las paredes del refrigerador. El domingo pasado, mientras buscaba el hielo del “estribo”, descubrí que el miércoles no tendríamos “plato fuerte”.
Cuando le pregunté por qué ese día no comeríamos carne, argumentó que las lentejas tendrían chuletas ahumadas y chorizo, que eso era suficiente. Como mi protesta no tuvo éxito, le pedí ayuda a Odette Alonso a través de Twitter.
Hoy, en la sección “Almuerzo con…” de El País, entrevistan a la actriz Limara Meneses. “Los cubanos tenemos un trauma con la carne. Cuando llegué a España era todo carne, carne, carne; la gente me decía, pero niña, que te vas a enfermar”, dice la Rita de Chico, ese personaje de curvas y líneas inolvidables.
Yo, además del trauma de la carne, siento unos deseos irrefrenables de acopiar. Acumulo tubos de pasta, cepillos de dientes, jabones, pomos de colonia y desodorantes en cantidades absurdas. Cada vez que vamos al supermercado, Diana tiene que contener mi instinto acaparador.
Mañana, además de las lentejas con chuletas ahumadas y chorizo, comeremos milanesas de cerdo. Lo siento, es algo incorregible. Por eso me alivió tanto saber que Limara, cuando no es la fastuosa Rita, es un guajira de Ranchuelo que tampoco se ha librado de la sicosis del plato fuerte.
Como decía un enorme cartel que había en las puertas de nuestra provincia, todo lo que somos hoy se lo debemos por entero al socialismo.

Solo faltó que Santo Domingo nos complaciera en eso

 
La última noche que estuvimos en La Habana sucedió en casa de Odette Pantoja. Por más que describa lo que ocurrió allí, nunca voy a poder medir  su tamaño cierto, lo que en verdad significó para nosotros. Me alivia saber que, según ella nos cuenta ahora, para los que viven allá fue igual de inolvidable.
Anoche pasamos a buscar a Odette y al Yoyo por el hotel Embajador y nos fuimos a la Zona Colonial de Santo Domingo. Aunque en el Mesón de Bari pasaban un juego de la NBA y no se escuchaba ninguna música, volvimos a oír las cosas que Carlos Varela, Polito Ibañez, Kelvis Ochoa y David Torrens cantaron aquella vez.
Hablamos de muchas cosas, pero nunca pudimos salirnos de La Habana. Odette nos dio la noticia de que Polito está grabando un disco sinfónico. El Yoyo nos contó la próxima película de Pichi (que él acaba de ver en un primer corte). Al momento de ir al baño, alguien recordó a Cuty y sus impúdicas habaneras.
Cuando salimos del restaurant, mientras caminábamos por una calle oscura de la ciudad primada, dimos con una pareja de alemanes que insultaba en alemán a un viejo jeep que se negaba a ponerse en marcha. Pudiera decirse que ahí acabó la noche.
El Yoyo, el alemán y yo corríamos detrás de aquel cacharro, tratando de que la alemana lo pusiera en segunda y lograra arrancarlo.  Las caras de Diana y Odette, desde la acera de enfrente, describían mejor que nada aquella situación surrealista.
Estábamos a más de mil kilómetros de La Habana, pero todas las circunstancias nos empujaban hacía ella. Debe ser por eso que en algún momento busqué esas nubes donde se mezclan el olor de la Corriente del Golfo con el gas de la calle.
Solo faltó que Santo Domingo nos complaciera en eso.

19 febrero 2012

Autocrítica

No suelo aclarar nada de lo que escribo. Prefiero asumir y sustentar cada cosa que se me ocurre. Me cuesta mucho trabajo desdecirme cuando estoy convencido de  lo contrario. Desde que supe que uno de los más grandes poetas de mi país había sido forzado a retractarse, aprendí a empecinarme y a sostener las cosas hasta las últimas consecuencias (lo cual me ha costado caro más de una vez).
Pero resulta que mi tío Aramís, uno de los seres que más quiero en este mundo, me regañó por mi último post y tengo que hacerme entender mejor. Aramís llegó a Miami a principios de la década del 70 y nunca más se ha movido de allí. Esa ciudad le devolvió todo lo que había perdido en el Paradero de Camarones.
Cuando dije que Miami era un campamento, Aramís, no hablaba mal de tu ciudad si no del lugar del que te fuiste. Si no te hubieran forzado a marcharte, si pudieras volver, estoy seguro de que preferirías andar de cacería por el potrero de Felo López o irte a bañar en el arroyo de la colonia de Claudio Yero.
Ya estaba a punto de terminar este post, cuando recibí un comentario en Facebook de Déborah Fajardo Winterholler, otro ser querido mío. Débora también discrepa de mi post y me dejó por escrito el sabor amargo que le dejé en la boca. No hay dudas, no me supe explicar. Aún cuando leo y releo sin ver lo que ellos ven, les pido disculpas.
Cuando dije que era un lugar de tránsito, no menospreciaba ese sitio donde los cubanos han ido reconstruyendo su identidad y su sentido de pertenencia, sino que alababa su increíble paciencia. Nadie más alojaría a un huésped, ¡por 50 años!, a sabiendas de que en el fondo no se deshace de la idea fija del regreso.
Dentro de unos días, cerveza Hatuey en mano, me explico mejor. Aramís sabe muy bien que me fui de allí con ganas de volver, es decir, de quedarme.

El campamento

En una de las primeras escenas de Scarface, Toni Montana es albergado en sitio donde han recluido a todos sus compañeros de viaje. Estamos hablando de 1980 y de la crisis del Mariel, donde miles de cubanos abandonaron su país y la ideología que regía (rige) en él.
Hay un momento de la película en que Brian De Palma ofrece una vista aérea del campamento. Bajo la tela de viaductos, cientos de casas de campañas sirven de refugio a los exiliados. Actualmente, toda la ciudad de Miami presenta un panorama similar al que vivió el celebérrimo Montana a su llegada.
Una prueba de ello son las columnas de las casas. No importa que sean dóricas, jónicas o corintias, al final no son más que una tubería de aluminio disfrazada de sheerock. Todo en la ciudad es provisional, como si los que la viven supieran que nada allí va a durar lo suficiente.
Mientras preparamos el viaje de regreso a Miami, le recordé a Diana una anécdota que vivimos juntos allí. “Es que eso no es una ciudad –me dijo–, es un campamento”. No pude resistirme a la tentación de llamar a Alejandro Aguilar para comentarle la frase.
Entonces él acabó de redondear la idea.
­–Miami no es un lugar sino una sala de espera –aseguró tajante.
Pronto estaremos compartiendo otra vez con esos individuos que solo se comunican en su idioma y que insisten en repetir nombres muy difíciles de pronunciar en inglés: Palma Soriano, Yaguajay, Cumanayagua, Güira de Macurijes, Guanajay…

10 febrero 2012

El hombre que dijo todo lo que quería

Pocos días antes de morir, Luis Alberto Spinetta habló por teléfono con Cristina Bustamante. Ella no solo fue su novia entre 1967 y 1970, también lo había inspirado a escribir “Muchacha ojos de papel”, una de esas canciones que van influyendo a una generación tras otra.
Después de confesarle que tenía cáncer, Spinetta trató de tranquilizarla: “Vengo preparándome toda la vida para este momento, y yo ya dije todo lo que tenía que decir”, le dijo. Aunque el músico solía ser sumamente oscuro en todas sus frases, esa vez fue más que claro.
Según le confesó Cristina a un periodista de Clarín, Luis Alberto “no era una persona religiosa; ninguna de sus letras habla de Dios, pero desde chico estudió filosofía y estoy segura de que fue eso lo que lo preparó para la muerte”. Al parecer, toda su creencia consistía en decir y hacer lo que pensaba.
Y eso no es poco. La inmensa mayoría muere, a la edad que sea, con demasiados asuntos pendientes. Luis Alberto Spinetta es un caso excepcional, dijo todo lo que quería y dejó un legado que se parece demasiado a eso que los críticos llaman Arte.
Argentina se despidió del Flaco alma de diamante mientras cantaba a coro “Muchacha ojos de papel”. La canción que solo fue de Cristina a finales de los 60, ahora es de todos. Eso quiso decir Spinetta cuando le dijo adiós a ella.

08 febrero 2012

Ahora Fito también canta para los aliens

Sobre Fito Páez hay algunas cosas que ya no es necesario repetir. Todos deberían estar avisados a estas alturas de que se trata de un genio. Gracias a individuos como él, Charly García, Luis Alberto Espinetta y Andrés Calamaro, el rock en español por fin pudo sonar con la misma legitimidad que se oía en inglés.
Tampoco hay necesidad de advertir que Páez es autor de algunas canciones que ya son parte del patrimonio sonoro de América Latina. “Yo vengo a ofrecer mi corazón”, “Mariposa Tecknicolor” y “Al lado del camino” son verdaderos himnos, mucho más creíbles e inspiradores que esas marchas que se oyen en los actos públicos.
Está de más recordar la trascendencia y la dimensión de sus 22 trabajos discográficos (incluyendo lo reprochable). Aunque ya está a un año de cumplir los 50, Fito sigue siendo un artista de una juventud inquebrantable. Quizás eso fue lo que le permitió grabar “Canciones para aliens”, un disco donde hace suyas 13 obras ajenas.
Más allá de las virtudes musicales de este volumen, que son demasiadas, lo que más disfruto de él es el descaro de Páez. Cada canción está cantada como si hubiera sido escrita por el rosarino y no por Chico Buarque, Pablo Milanés, Ryuichi Sakamoto, Victor Jara, Freddie Mercury, Giuseppe Verdi, Joan Manuel Serrat o Bob Dylan.
Si alguna vez algún alien llegara a oír el disco, con toda seguridad va a entender lo que quiso decir Fito con este juego (que luego se convierte en un salto mortal, después en una burla y al final en un manifiesto.) Se trata del grito de alguien que no quiere volverse tan loco, que no quiere morirse en el mundo de hoy.

04 febrero 2012

El arca de Cuba

La Bóveda Global de Semillas de Svalbard, en Noruega, es un auténtico arca de Noé vegetal. En ella se preservan más de medio millón de muestras de plantas. Gracias a esa iniciativa del Fondo Mundial para la Diversidad de Cultivos, la mayoría de las especies que han alimentado al hombre están a salvo de cualquier catástrofe.
Al cabo de medio siglo, la revolución encabezada por Fidel Castro ha provocado una catástrofe invaluable en la cultura cubana. Un sinnúmero de signos de identidad (costumbres regionales, tradiciones familiares, comidas típicas y ritos religiosos, entre muchos otros) se han tergiversado o perdido.
El instinto de conservación ha podido más que la identidad. La supervivencia le ha ganado todas las batallas a los valores. Dos o tres generaciones de cubanos nunca han podido probar las recetas preferidas de sus abuelas. Muchas de las cosas que Cuba hizo universales en la primera mitad del siglo XX, ahora se pueden disfrutar en todo el mundo menos en su país de origen.
Algunas calles de Miami se han convertido en un arca. Como en la bóveda de Svalbard, allí se conserva gran parte del patrimonio tangible e intangible que ya se perdió en Cuba. La mayoría de las cadenas de supermercados venden pan cubano. Ese sabor, elemental y definitorio, puede parecerle absolutamente ajeno a la mayoría de los jóvenes en la Isla.
Las semillas de Noruega sólo podrán ser extraídas de su almacén en caso de destrucción de una variedad. El arca de Cuba solo espera, su enorme paciencia ya está más que probada.

01 febrero 2012

Martí no es de nadie

El pasado 28 de enero se produjo un vergonzoso incidente en Santo Domingo. Alexis Bandrich Vega, embajador de Cuba en República Dominicana, hizo uso del único argumento que encontró para defender al régimen que representa: los golpes. Pudo más el fascistoide que el diplomático. Por un momento creyó que estas calles también eran de Fidel.
A mediados de la década del 70 del siglo pasado, la Asociación de Cubanos en República Dominicana promovió la construcción de una plazoleta dedicada a José Martí. De ese entonces data la tradición de los exiliados de reunirse allí para celebrar el natalicio del Apóstol.
En los últimos años, algunas de esas actividades coincidieron con otras organizadas por la Embajada de Cuba. La actitud del ex embajador Juan Astiasarán Ceballo, propició la convivencia y el respeto mutuo. Durante ese tiempo, también se consolidó Nosotros los Cubanos, un grupo de Facebook que promueve la fraternidad entre la diáspora.
Los golpes de Alexis Bandrich Vega a un compatriota suyo y la actitud avasalladora de otros funcionarios de la Embajada, trataron de replicar en las calles dominicanas las reglas del miedo y la represión que grupos paramilitares mantienen en las calles cubanas. Pero eso no es ni será posible nunca en un país libre.
Bandrich Vega cometió un error más grave aún. Llegó a decir que Martí era suyo, de ellos. Se pueden expropiar bodegas, barberías, gasolineras, cafetales o ingenios. Pero Martí no es un bien material que se pueda intervenir. Él, como el resto de las cosas que nos identifican como cubanos, no es de nadie si no es de todos.
Por más absoluto que sea el poder que se tiene, nunca será suficiente para arrebatar eso.