08 septiembre 2014

Siete girasoles dentro de un pomo con agua

Soy nieto de un ateo y una devota. Mi abuelo nació en 1908 y, a miles de kilómetros de Moscú, sintió siempre una gran simpatía por los primeros comunistas. Nunca perdió la admiración por aquellos ilusos que pretendían un mundo sin explotadores ni explotados.
Mi abuela nació en 1914 y, a cientos de kilómetros del Cobre, sintió siempre una gran devoción por la Virgen de la Caridad. Eso explica que hubiera una de yeso en un hogar donde se hablaba de Marx y de Trotsky con cierta regularidad.
Como mi abuelo fue mi primera gran influencia, yo solo veía a la Virgen de la Caridad de las piernas para abajo, justo donde había tres navegantes que parecían sacados de La isla del tesoro o El corsario negro. En eso, para mí, consistía la divinidad de aquella representación, en la suerte de aquellos marineros.
Muchos años después fue que entendí lo que significaba de verdad para los cubanos aquella mujer. Entonces a los marineros se sumaron el nombre de Ochún, el de Cachita, los girasoles, los ríos y la miel.
Diana le pone todos los sábados un ramo de girasoles a una Virgen de la Caridad que compramos en la Ermita de Miami. Se los encarga a una anciana que viene desde Haina con un balde lleno de flores sobre la cabeza. En esas flores veo a mi país, a mis abuelos y al resto de las cosas que me definen.
A simple vista son siete girasoles dentro de un pomo con agua, pero en verdad ellos representan muchísimas más cosas, incluso para mí, que soy nieto de un ateo y una devota.

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