31 octubre 2014

Cuando Inés Tolentino dibuja a la insignificancia

(Escrito para el catálogo de la exposición Con los ojos abiertos, de Inés Tolentino, inaugurada ayer en Lyle O. Reitzel Gallery. Publicado en la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos) 

Al principio de La fiesta de la insignificancia, la más reciente novela de Milan Kundera, se reflexiona sobre el ombligo. Mientras camina por París, Alain —el primer personaje en presentarse— repara en que todas las jovencitas llevan el abdomen descubierto.
Según Kundera, la seducción femenina se ha ejercido a lo largo de las épocas a través de los muslos, las nalgas, los pechos y... el ombligo. Cuando leí eso recordé esos dibujos de Inés Tolentino donde sus personajes enseñan el ‘hoyito redondo’.
“¿Cómo definir el erotismo de un hombre (o de una época) que ve la seducción femenina concentrada en mitad del cuerpo, en el ombligo?”, se pregunta el escritor checo que vive en París. Algunas de las obras de la artista dominicana que también vive en París están en condiciones de responderle.
Con los ojos abiertos es una exposición, pero también podría ser una novela, una obra de teatro o una película; bastaría con trasladar lo que sucede en las paredes de Lyle O. Reitzel Gallery a las palabras, a un escenario o a una pantalla.
Según Inés Tolentino, ella está obsesionada. Le preocupan sobremanera “los estragos de la historia en un tiempo y en un espacio dados”. Es comprensible. Ha pasado su vida entre dos ciudades muy diferentes: París y Santo Domingo. La primera vive de la memoria, la segunda sobrevive del olvido.
Es muy difícil lidiar con dos mundos tan diferentes. Mientras en el primero tratan de conservar todo, convirtiendo en patrimonio hasta lo más insignificante; en el segundo (¿o debo decir tercero?) hasta el más importante patrimonio es tratado como una insignificancia.
Debe ser por eso que, para su ‘puesta en escena’, Inés pasa por alto los juicios de valor. Antes de señalar dónde está el bien y dónde el mal, a la artista le preocupa más —según sus propias palabras— el “gozo en la reproducción de una cara, de una pose, del pliegue de un vestido, de las manos, de la carne…”.
Aunque todos los personajes de Con los ojos abiertos llevan antifaz, ninguno tiene nada que esconder. Como la propia artista lo reconoce, más bien lo hacen por vanidad, para llamar la atención. Vivimos en una época (esto sí que lo comparten París y Santo Domingo) donde la falta de pudor se ha convertido en uno de los caminos más cortos hacia el éxito.
Esto no quiere decir que estemos ante personajes exitosos. De ellos lo único que llegaremos a saber es que tratan de escapar. No lo digo yo, lo dice la propia Inés: “van huyendo, disfrazados, alegres e inocentes, al tiempo, a la era, a las evidencias de un mundo trastornado y, finalmente, a sí mismos”.
Por primera vez en muchos años, el arte contemporáneo dominicano es obra de un amplio colectivo y no de dos o tres figuras aisladas (y a veces hasta marginadas). Por primera vez en muchos, muchísimos años, el arte contemporáneo dominicano es absolutamente contemporáneo.
De un tiempo a esta parte, un significativo grupo de artistas ha decidido hacerle caso omiso a la tradición, a las buenas costumbres y a los lugares comunes. Gracias a eso, se ha podido romper un círculo vicioso que habían trazado los llamados ‘maestros’. Inés Tolentino está entre ellos.
Una prueba de ello es esta muestra, que la artista define como una colección de “retratos tiernos, burlescos y dramáticos donde la máscara o antifaz subraya la frontera entre el artificio y la realidad”. Sin salirse del dibujo, la artista se salta la tradición para así también poder pasar por alto los prejuicios y ofrecer una “visión sincera y naturalmente crítica”, cualidades que, según Inés, son propiedad de los niños.
Debe ser por eso que aun las obras más dramáticas no pueden esconder un cierto candor y hasta un poco de ingenuidad. Inés Tolentino es madura e infantil, clásica y moderna, dramática y lúdica, aguda y simple. Pero todo eso está delimitado por una línea muy frágil que le toca al espectador trazar.
Cuando escribía este texto, llamé a Lyle O. Reitzel para consultarle algo. Casualmente, él conversaba con Inés Tolentino. Me la puso al teléfono y le adelanté que había comenzado con una referencia a Milan Kundera. Entonces ella me confesó que era uno de sus escritores preferidos. “Esta exposición, de alguna manera, es una fiesta de la insignificancia”, me dijo.
Terminamos la conversación con una broma. Antes, yo le recordé que la última vez que nos encontramos fue en Bonyé, en uno de esos domingos de son que organizan frente a unas ruinas del Santo Domingo Colonial.
Aunque Inés estaba vestida como una parisina, bailaba como una dominicana. Llevaba el ombligo afuera.

23 octubre 2014

El robo, un signo de identidad de la nación cubana

El socialismo y el hombre en Cuba convirtieron al robo en un signo de identidad de la nación. Durante décadas, incluso los individuos más honestos se han visto forzados a robar o a delinquir para poder sobrevivir. Nadie, absolutamente nadie que haya vivido en la isla después de 1959, ha logrado enfrentar a la vida cotidiana sin sustraer algo o adquirir algo sustraído.
Hace unos años conocí a un ingeniero cubano que es consultor de los centrales azucareros dominicanos. Cuando le dije que era ‘cubano de Cuba’, no pudo contenerse y me hizo un comentario. “Yo sé que todos ustedes no son iguales, pero mis clientes de la Florida no quieren contratar a cubanos recién llegados de Cuba ni de camioneros. Es que se lo roban todo: el combustible, las baterías, los neumáticos…”.
Un cubano que vive en República Dominicana y es profesor de un reputado colegio privado, trabajó en un agromercado en La Habana durante sus últimos años en la isla (le pagaban mucho más que en un aula). Con una naturalidad pasmosa me confesó que le ‘tumbaba’ unas pocas onzas a todos sus clientes. “Si no, no podía vivir —fue su excusa—. Eran ellos o yo”.
Palabras como ‘resolver’ o ‘conseguir’ y cubanismos como ‘trapicheo’, ‘bisne’ o ‘tumbe’ al final tienen un mismo significado. Son eufemismos que le aligeran el peso al cargo de conciencia. Gracias a ellas los que son condenados por desfalco, robo o malversación al final no son vistos como delincuentes sino como alguien que tuvo mala suerte.
El propio Estado ha sido el peor ejemplo para sus ciudadanos. Con la excusa del embargo también ha hecho todo tipo de artimañas, casi todas ilegales, para tratar de conseguir los recursos que su ineficiente economía no produce. Si el régimen tiene una justificación, los ciudadanos tienen miles.
Ya sabemos todas las generaciones que tuvieron que crecer en Cuba para que el robo se convirtiera en un signo de identidad. ¿Cuántas tendrán que nacer para que deje de serlo?

22 octubre 2014

Carne de cañón

La dictadura de Cuba está en condiciones de encabezar la lucha mundial contra el ébola y cualquier causa que se le ocurra a los dinosaurios que la encabezan. En mi país viven 11 millones de habitantes, pero solo pueden opinar libremente una persona y media.
Obviamente, nadie se va a oponer, ni siquiera los médicos que empujaron al corazón de la epidemia como carne de cañón. Se marchan con la esperanza de legarle a sus familiares más cercanos un puñado de dólares, aunque sea lo mínimo para sobrevivir en un país donde ya no hay mucha diferencia entre estar vivo y estar muerto.
En 1989, en una intervención donde le ratificó la pena de muerte a un antiguo compañero de armas y al más capaz de sus generales, Fidel Castro admitió que hacía un año que no se ocupaba de los asuntos del país. Antes que resolver las necesidades más apremiantes de sus compatriotas, al comandante le resultaba más excitante una lejana guerra.
Por eso se encerró en su despacho frente a un enorme mapa de Angola y se dedicó a mover fichas. 25 años después nada parece haber cambiado. Ahora Cuba y su máximo líder son dos cuerpos muy desmejorados, que apenas se pueden sostener, pero aún parecen estar en condiciones de volver a una contienda en el “África ardiente”.
Los cubanos y las ruinas de su nación pueden volver a esperar. En 1989 los titulares de la prensa internacional destacaron el decisivo papel del régimen de la isla para acabar con el Apartheid. En 2014, hasta The New York Times ha alabado su rol en la lucha contra el ébola.
Una de dos, o son unos hipócritas o unos estúpidos; porque de todos los actos de demagogia del régimen este puede ser el mayor, por la desesperación y el cinismo que entrañan.

21 octubre 2014

El día en que los cubanos no se enteraron de la hazaña de Pito Abreu

Hoy es un día vergonzoso para la prensa en Cuba. Todos los medios de la isla, sin excepción, han callado uno de los momentos cumbres del deporte  cubano: el cienfueguero José Dariel -Pito- Abreu, primera base de los Medias Blancas de Chicago, ha sido seleccionado Novato del Año de la Liga Americana.
La pelota es uno de los más importantes signos de identidad de los cubanos. Este deporte les sirvió, a finales del siglo XIX, para definirse a sí mismos y defender su derecho a la independencia. Durante toda la primera mitad del siglo XX, los cubanos que militaron en equipos de Grandes Ligas contribuyeron de una manera decisiva a construir la leyenda del béisbol latino.
Pocos meses después del triunfo revolucionario, Fidel Castro decidió suprimir el deporte profesional en Cuba. Esa medida empujó al destierro a decenas de atletas que hoy son parte esencial de la historia del béisbol cubano. Las consecuencias de esa autoritaria medida han llegado hasta nuestros días.
Los peloteros cubanos que desean probar suerte en el mejor béisbol del mundo, antes deben escapar de su país. Eso tuvo que hacer el primera base de Cienfuegos. Apenas un año después, se convirtió en el primer novato de la historia de Grandes Ligas en finalizar la temporada entre los primeros cinco lugares de su liga en jonrones (36), carreras impulsadas (107) y promedio de bateo (317).
Sus cuadrangulares, además, impusieron un récord en los Medias Blancas de Chicago para un novato, rompiendo la marca de 35 que impuso Ron Kittle en 1983. Pito Abreu tiene ahora la sexta mejor marca de jonrones de un novato en la historia de Grandes Ligas.
Justo hoy, en la sección de deportes del periódico Granma, aparece un reportaje sobre cinco basquetbolistas cubanos que hace dos años desertaron. Obviamente, es la historia de un fracaso. Ese es el modus operandi de un régimen mezquino, que se niega a reconocer cualquier logro de los emigrados cubanos en cualquier ámbito.
Ni siquiera Radio Ciudad del Mar, la emisora de Cienfuegos, mencionará el acontecimiento. Pero el futuro se encargará de enmendar esa penosa omisión. Ninguna de las noticias que aparecieron hoy en los periódicos cubanos será más importante que la hazaña de Pito Abreu.
Cuando ya nadie recuerde a ninguno de los que merecieron los titulares del 21 de octubre en Cuba, José Dariel Abreu seguirá siendo un héroe de todos los cubanos. Los signos de identidad no se archivan en una hemeroteca ni se deciden en un cuartel, eso es algo que permanece guardado en el orgullo de la gente.

18 octubre 2014

Una leyenda que nació en Sitges, cinco generaciones después

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

En los años 80 del siglo pasado el periodismo en Cuba se había convertido en un oficio muy pedestre. La censura y el totalitarismo acabaron con una tradición de la que formaron parte José Martí, Alejo Carpentier, Gastón Baquero y Juan Bosch, entre muchos otros grandes escritores de Iberoamérica.
De pronto, en medio de aquel páramo, un joven recién graduado de la Escuela de Letras comenzó a publicar una serie de reportajes admirables. Sus textos se convirtieron en una prueba de vida de un género que se creía extinto. Se llamaba Leonardo Padura y escribía de cosas desaparecidas o a punto de desaparecer.
Justo en 1988, publicó un reportaje que me carcomió de envidia. A los hombres de mi familia, tanto los Venegas como los Yero, les fascinaba hablar del mundo del ron. Curiosamente, siempre lo hacían en pasado, como si se tratara de algo que ya no se podía recuperar.
A página entera, con lujo de detalles, el jovencísimo Padura logró contar una historia vedada en mi país: la de Facundo Bacardí, un catalán que había nacido en el pueblo de Sitges. Más de una vez le dije a Leonardo que hubiera querido escribir esa página.
Entonces no sospechaba que el azar me tenía reservada una sorpresa. En el 2000 vine a vivir a República Dominicana y, gracias a Freddy Ginebra, conocí a la familia que producía uno de los símbolos más genuinos del carácter y la alegría de los dominicanos: Ron Brugal.
Curiosamente, Don Andrés Brugal Montaner también había nacido en Sitges y vivió durante varios años en Cuba. Para colmo de casualidades, justo en el año en que Padura publicó su reportaje, Brugal cumplía un siglo. Tenía, delante de mí, la oportunidad de vengarme.
Durante estos 14 años, por razones de trabajo, he tenido el privilegio de conocer de cerca a los maestros roneros de la cuarta y la quinta generación de la familia Brugal. Junto a ellos he recorrido la Destilería de San Pedro de Macorís (donde las melazas dominicanas se convierten en un destilado de culto) y las bodegas de Puerto Plata (¡las más grandes del Caribe!).
En cada conversación, he ido armando el gran rompecabezas de una leyenda que comenzó a finales del siglo XIX, cuando don Andrés Brugal desembarcó en La Española y tuvo un amor a primera vista con la Novia del Atlántico.
Hoy Ron Brugal es la marca más internacional de República Dominicana, con presencia en más de 40 países de los 5 continentes. Pero donde más se disfruta es en su país de origen, donde ha sido testigo de excepción de cada fiesta que han celebrado los dominicanos en los últimos 126 años.
Cuentan sus descendientes que don Andrés era un hombre terco, incansable y emprendedor. Solo así pudo llevar adelante su sueño de hacer un ingenio, al que llamó Cuba, para destilar su propio ron, el más suave y mejor de todos cuantos se habían hecho jamás. 
Son sus tataranietos y los hijos de sus tataranietos los encargados de salvaguardar el legado que él fundó. Hace unos días, mientras conversaba con Fernando Ortega Brugal —el célebre don Nano— y su hijo Gustavo, repetí una pregunta que Padura también hacía en su reportaje.
“¿Cuál es el verdadero secreto?”, inquirí. Padre e hijo están tan convencidos de la respuesta que la dijeron al mismo tiempo: “¡La familia!”. “Brugal es el único ron del Caribe que se sigue produciendo en el lugar donde se fundó y por descendientes de su fundador”, agregó Gustavo.
Sigo envidiando a Padura por muchísimas razones literarias, pero creo haber reescrito varias veces el reportaje que él publicó en 1988. La única diferencia es que los míos tienen un final feliz. Hablo de un legado que nunca se ha movido de su lugar y que acumula 126 años de éxitos.
No pierdo la esperanza de ir con Leonardo Padura a Puerto Plata. Él también es un gran conocedor del mundo del ron y sé que los disfrutaría mucho. Aunque le temo a la posibilidad de que al final se le ocurra escribir un reportaje.

09 octubre 2014

Nos vamos poniendo viejos

Diana Sarlabous y yo estamos cada vez más cerca de los 50 años. Hemos llegado a esa edad en que, por primera vez, hablamos de la vejez como algo que también nos incumbe a nosotros. Como ella es mucho más estructurada que yo, no deja de sacar cuentas y hacer planes para el futuro.
Nuestro sueño es irnos a vivir a un pueblo de campo y más de una vez lo hemos imaginado en Cuba. Nada me gustaría más que pasar mis últimos años en el Paradero de Camarones, aun cuando tenga que viajar al menos una vez al mes hasta El Cristo.
Pero entonces la realidad de Cuba nos da un golpe en las cabezas y convierte el sueño en una pesadilla. Nuestro país está en manos de unos fósiles que se creen eternos y que sienten un inmenso desprecio por el tiempo y el futuro de los demás.
Cuba puede darse el lujo de esperar, pero nosotros no. Al finalizar la guerra de los 10 años, Máximo Gómez trato de reconstruir una finca de Sancti Spiritus en el Cibao. Le puso el mismo nombre: La Reforma. Solo la abandonó cuando Martí lo convenció de que Cuba tenía futuro. Hoy estamos más lejos de esa idea que en 1895.
Por eso tendré que tener mi vaca y mis gallinas ponedoras aquí. El sinsonte que nos cantará desde una mata de mango seguirá siendo dominicano.

07 octubre 2014

Acuse de recibo a Eduardo Sarmiento

Conocí a Eduardo Sarmiento en un privé con José Bedia y Katja Loher en Lyle O. Reitzel Gallery. Mientras la mayoría celebraba con Brugal Extra Viejo, él se mantenía muy callado, en uno de los extremos de la exposición. Su barba, delante de un paisaje de Bedia, recordaban la carátula de un disco de Iron & Wine.
Cuando ya casi nos íbamos, se puso de pie y me preguntó si yo era Camilo Venegas. “Limay González me sugirió que te localizara —dijo sin esperar a que yo respondiera—. Yo también soy de Cienfuegos y tengo amigos muy queridos en el Paradero de Camarones”.
La noche tuvo un segundo acto. Nos fuimos para El Bohío junto a Alejandro Aguilar y Marianela Boán. Ya no volvimos a necesitar a Limay de intermediaria. Nuestra región de origen y algunos pocos conocidos eran suficientes para que se estableciera el puente de la amistad.
Aquel mismo día nos prometió un catálogo de su más reciente exposición, Yearning & Desire, que compartió en Jorge M. Sorí con el artista pinareño Maikel Martínez. Después de descubrir nuestra colección de carteles de películas cubanas, agregó otro detalle al envío.
Aunque Miami y Santo Domingo están muy cerca, el bulto postal tardó tres meses en llegar. A Diana le gustó tanto “Malecón”, la serigrafía que Eduardo nos regaló, que me hizo ir de inmediato a Arte San Ramón para enmarcarla. Estará lista el lunes.
Mientras tanto, le hago llegar a Eduardo el acuse de recibo: Gracias, compay. Tu bandera ondeará aquí todos los días, ella será el muro donde nos asomaremos a ver el mar que abandonamos.

06 octubre 2014

La caída

Antenoche se nos quedó la puerta del balcón ligeramente abierta. Eso hizo que se formara un pequeño charco debajo del aire acondicionado. En la mañana, cuando me levanté para ir al baño, sufrí la peor caída de mi vida. Atlántida, mi MacBook Pro, quien me acompañaba en ese momento, se dio tantos golpes como yo.
A mí los analgésicos han logrado aliviarme los fuertes dolores en la espalda. Pero lo de Atlántida, desafortunadamente, es más grave. El técnico me acaba de confirmar que la reparación costaría casi tanto como una máquina nueva. En ella escribí cuatro libros: La vuelta a Cuba, Resort, Contratiempo y Como si fuera sábado. Somos inseparables desde hace cuatro años.
La nueva MacBook Pro es de una generación superior. Tiene más capacidad en el disco duro y, según el técnico, pesa mucho menos. Mañana pasarán toda mi información. Prometen que quedará como si fuera Atlántida. Por eso pienso llamarla igual, aun cuando sé que no lograré engañar a mis dedos.
Ellos se darán cuenta de inmediato. Entonces sobrevendrá un incómodo periodo de adaptación. Debo darles tiempo hasta que sean capaces de escribir ejercicios literarios en la nueva computadora. Aún tengo a la vieja Atlántida delante. Como la barba del personaje de Virgilio Piñera que se cae en el primero de sus Cuentos fríos, resplandece en toda su gloria.

Trenes rigurosamente vigilados

En los años 70 del siglo pasado, Cuba aún era el mayor productor mundial de azúcar. Por el Paradero de Camarones pasaban a diario largos cargueros hacia la Terminal de Azúcar a Granel Tricontinental de Cienfuegos. Eran trenes rigurosamente vigilados.
Aunque la producción de azúcar del país rondaba los 8 millones anuales, el régimen de Fidel Castro la mantuvo siempre racionada. Las guayabas y los mangos se podrían en las matas sin que las familias tuvieran la oportunidad de hacer una mermelada.
Por eso, cuando un tolvero se detenía en el pueblo para esperar que la vía estuviera expedita o cruzarse con otro tren, aquellos olorosos vagones se convertían en una tentación. Si era de noche, las posibilidades de tener éxito se multiplicaban.
Ni siquiera los guardias que viajaban en el cabouse, armados con antiguas carabinas, amedrentaban a los asaltantes. Un jarro de cinco libras era suficiente recompensa. Con eso bastaba para hacer un caldero de mermelada y endulzar el café hasta fin de mes.
En Cruces, una anciana abrió una compuerta de una tolva creyendo que estaba vacía; fue aplastada por 60 toneladas de azúcar a granel. En todos los pueblos de la línea, desde Sagua la Grande hasta Palmira, habían mutilados; todos desoyeron la advertencia de que era muy peligroso asaltar trenes en movimiento.
Estaban rigurosamente vigilados, porque con ellos se pretendía pagar la enorme deuda contraída con la Unión Soviética. Pero cada vez más cubanos se las ingeniaban para abordarlos. Solo querían hacer mermelada, destilar ron casero o asegurar la dulzura de su café.
Nada los detuvo. No los asustaba la posibilidad de perder un brazo o una pierna, tampoco morir. Las propias tolvas parecían alentarlos, en muchas de ellas el régimen había pintado una consigna: “¡Azúcar para crecer!”.

04 octubre 2014

La vida de los objetos

(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

En 2011, a las pocas de semanas de conocernos, Diana Sarlabous y yo hicimos un largo viaje por el interior de Cuba. A ella se la habían llevado a los 5 años y yo decidí marcharme a los 33; entre los dos acumulábamos medio siglo de ausencia en nuestro país.
Ese viaje fue clave para que nos reconociéramos a nosotros mismos. Atravesamos la isla entera. Ella me enseñó el lugar de su infancia y yo le presenté todos los sitios donde había dejado algún recuerdo importante.
Fue así que comenzamos a acopiar las cosas que le darían sentido a nuestra futura casa. Un cartel de cine le dio nombre: El Bohío. Algunas obras de artistas de mi provincia comenzaron a llenar paredes que aún no sabíamos cómo serían.
Uno de los libros más fascinantes que he leído es 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff. En apenas 126 páginas, se reúne la correspondencia entre una escritora de Nueva York con los empleados de una librería en Londres. Cada pedido y cada envío se convierte en una inolvidable lección de vida.
En un momento, en que le envían a Helene un libro que había deseado leer por mucho tiempo, escribe conmovida: “¡Qué mundo tan extraño éste nuestro, en el que uno puede adquirir para toda la vida algo tan hermoso…, por lo que cuesta una entrada al cine (…) o por la quincuagésima parte de lo que te cobra un dentista”.
Hace unos día, Diana tuvo la necesidad de escribir la historia de una botella. Ella la había comprado en Barcelona hace años, cuando vivía en esa ciudad. Era de cristal de Bohemia y le había costado apenas 10 dólares en una joyería de San Cugat del Vallés.
“Por alguna razón inexplicable, decidí aprovechar la oferta. Al llegar a casa la llené de ron dominicano. Durante 15 años el ron se mantuvo intacto en la botella. En 2011, cuando construí un nuevo hogar, rescaté mi botella de cristal de Bohemia”, puso Diana en su bitácora.
Después de cofesar que la botella sigue llena de ron (aunque ahora el Brugal Extra Viejo apenas dura semanas), tiene la necesidad de contar cosas más íntimas del objeto: “Ha perdido un pedazo, pero sigue siendo una bella botella de cristal de Bohemia. Solo que ahora hay una gran diferencia, está viviendo la vida para la que fue hecha”. 
A Helene Hanff le sucedía algo muy parecido con sus libros. No los mandaba a pedir a Londres para que adornaran su casa (vivía en un reducido apartamento donde no había nada que presumir), sino para entablar con ellos una relación que nada más en el mundo era capaz de lograr.
Por eso en nuestra casa tratamos de que cada elemento que nos rodea tenga realmente que ver con nosotros. Nos importan poco las modas o las tendencias, preferimos que cada cosa tenga sentido, desde una gran piedra traída de Montecristi, hasta las obras completas de Thoreau.
Pocos días después de que Diana contara la historia de la botella, un golpe de viento levantó las cortina de la sala. Cuando sentimos el golpe sospechamos lo peor. Por eso, todavía sin mirar, parafraseé en voz alta un verso de Joaquín Sabina: “¡Si hay que romper cristales, que sean de Bohemia!”.
Como la conservamos en fotografías y Diana fue capaz de contar su historia, la botella sigue siendo parte de nuestros objetos. Aún es capaz de llevar en su interior la vida que estamos compartiendo desde septiembre de 2011, cuando volvimos a Cuba para encontrar nuestro origen y empezar a construir el nuevo sentido.

03 octubre 2014

La biblioteca de Caín

Crecí en un país donde uno de sus más grandes escritores estaba prohibido. Los profesores de literatura hacían increíbles malabares para no tener que mencionarle. Los pocos libros suyos que se conservaban en las bibliotecas públicas, eran escondidos en cuarticos inaccesibles.
Recuerdo que en la Escuela de Arte de Cubanacán se conservaba la colección completa de la revista Lunes de Revolución. Cada vez que podía, me encerraba en aquel sitio a leer sus rabiosas crónicas (a veces eran injustas; pero no me importaba, porque me fascinaba su manera de escribir y la facilidad con la que traducía del habanero al castellano).
Ayer, mientras reordenaba mis libros, descubrí que todo un tramo es un homenaje al Camilo infante, al que siempre le negaron el acceso a sus libros. Ahí está, a salvo ya de la cobarde censura y de las ignorantes obsesiones del totalitarismo.
Todos esas obras van a durar muchísimo más que los discursos, los crímenes y las ruinas del tirano que condenó a Guillermo Cabrera Infante al destierro.

02 octubre 2014

Hit the Road Jack!

Ray Charles toca en la habitación oscura.

La madrugada de Santo Domingo
apenas acaba de empezar.
Sin encender la luz,
moviéndome con mucho sigilo
para que no te despiertes,
busco los audífonos
y le pongo música a mi insomnio.
Puedo oír a las chicas del coro
chasqueando los dedos.
El resto de los sonidos
corren a cargo del piano
y varias panderetas.

El abismo se mantiene
aun después que mis ojos
se acostumbran a la oscuridad.
No veo nada,
pero Ray me guía
por el largo camino hacia el amanecer.
Ya se oyen los aplausos,
va a empezar la próxima canción.
Aunque yo también me he quedado ciego,
sé que estás a mi lado;
nada me asusta
cuando la luz de tu sueño me espera.