15 mayo 2015

Con B. B. King por el Malecón de La Habana

No recuerdo una peor época en mi vida que los primeros años de la década del 90. Acababa de desaparecer la Unión Soviética y Fidel Castro, aun cuando había perdido todos los subsidios que sostenían a su régimen, se empecinó en mantener cada cosa donde estaba.
Eso nos llevó a la ruina de la noche a la mañana. Los barcos dejaron de llegar, las ciudades se apagaron, los trenes se detuvieron, las tiendas se vaciaron y la vida cotidiana se convirtió en un infierno. Siento una especial gratitud por los músicos y los discos que me ayudaron a sobrevivir todo eso.
Entonces laboraba en el antiguo edificio del Diario de la Marina, donde habían amontonado a todas las publicaciones de la Editora Abril. Aunque no teníamos nada que hacer en El Caimán Barbudo (las imprentas habían sido paralizadas), debíamos pedalear cada día hasta nuestro puesto de trabajo.
Afortunadamente, yo disponía de un walkman y de cuatro baterías recargables. Eso me permitía ir escuchando música mientras mi bicicleta china se arrastraba entre El Vedado y La Habana Vieja. Tres músicos fueron especialmente solidarios conmigo en esos trayectos.
Mi deuda con Van Morrison (por Hymns to the Silence), con Buddy Guy (por Damn Right, I've Got the Blues) y con  B. B. King (por Blues Summit) es realmente impagable. Esos tres cassettes me ayudaron a soportar el hambre y a vencer la claustrofobia que me producía el muro del Malecón.
En el verano de 1993 salí por primera vez de Cuba. Cuando llegué a Madrid me esperaban Bladimir Zamora y Kiki Álvarez con un increíble regalo. Había conseguido tres boletas para un concierto de B. B. King en la plaza de toros de Las Ventas. 
Cuando sonó el primer acorde de Lucille empecé a llorar. Actualmente en mi iTunes hay 16 discos de B. B. King. Casi a diario le pido que me toque algo. La mala noticia de hoy no hará que las cosas cambien. Él y su guitarra me tendrán que seguir haciendo compañía como si nada hubiera pasado.

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