El
viernes en la tarde nos escapamos de la ciudad. Había sido una semana muy
difícil y queríamos dejarla atrás, lo más lejos posible. Alquilamos una
habitación, con vistas al bosque seco, en la playa de Bayahíbe. El sábado, después
del mediodía, se nos unirían Marianela Boán y Alejandro Aguilar.
En
cuanto amaneció nos hicimos un Bustelo en compañía de un sinsonte, varios
pitirres y un pichón de cernícalo que estaba aprendiendo a volar. Fue entonces
que decimos explorar las carreteras secundarias de la zona (preferíamos esperar
por Alejandro y Marianela para ir al mar).
Después
que construyeron la Autopista del Coral, el antiguo trayecto de Higüey se ha
convertido en un apacible zigzag por pueblos relegados y potreros interminables.
A lo lejos, las reses permanecían atrincheradas a la sombra. Cada árbol ha encontrado
allí todo el espacio que necesita para demostrar su belleza.
Llegó
un momento en que uno de los ramales del central Romana nos dio alcance. Decidimos
desviarnos. En un apartadero, cinco jaulas llenas de caña parecían haber
quedado varadas desde la pasada zafra. Le pedí a Diana que se acercara lo
suficiente. Hunde la nariz entre los hierros y respira hondo, insistí.
Ahí
adentro estaban los olores esenciales que tuvo mi infancia, los que me
definieron como individuo. Visto de lejos, yo también era eso: un pieza de un
tren que se quedó varada en un apartadero, sin alcanzar a ver el momento en que
se produciría el futuro.
Cuando
volvimos al hotel, el pichón de cernícalo ya planeaba con soltura. Frente a
nosotros, el bosque seco y, un poco más allá, el mar. Alejandro y Marianela llamaron,
estaban a punto de llegar.
1 comentario:
En la vida todos tenemos olores y sabores esenciales. Linda forma de terminar la semana.
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