08 junio 2015

Polaroid de olores esenciales

El viernes en la tarde nos escapamos de la ciudad. Había sido una semana muy difícil y queríamos dejarla atrás, lo más lejos posible. Alquilamos una habitación, con vistas al bosque seco, en la playa de Bayahíbe. El sábado, después del mediodía, se nos unirían Marianela Boán y Alejandro Aguilar.
En cuanto amaneció nos hicimos un Bustelo en compañía de un sinsonte, varios pitirres y un pichón de cernícalo que estaba aprendiendo a volar. Fue entonces que decimos explorar las carreteras secundarias de la zona (preferíamos esperar por Alejandro y Marianela para ir al mar).
Después que construyeron la Autopista del Coral, el antiguo trayecto de Higüey se ha convertido en un apacible zigzag por pueblos relegados y potreros interminables. A lo lejos, las reses permanecían atrincheradas a la sombra. Cada árbol ha encontrado allí todo el espacio que necesita para demostrar su belleza.
Llegó un momento en que uno de los ramales del central Romana nos dio alcance. Decidimos desviarnos. En un apartadero, cinco jaulas llenas de caña parecían haber quedado varadas desde la pasada zafra. Le pedí a Diana que se acercara lo suficiente. Hunde la nariz entre los hierros y respira hondo, insistí.
Ahí adentro estaban los olores esenciales que tuvo mi infancia, los que me definieron como individuo. Visto de lejos, yo también era eso: un pieza de un tren que se quedó varada en un apartadero, sin alcanzar a ver el momento en que se produciría el futuro.
Cuando volvimos al hotel, el pichón de cernícalo ya planeaba con soltura. Frente a nosotros, el bosque seco y, un poco más allá, el mar. Alejandro y Marianela llamaron, estaban a punto de llegar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En la vida todos tenemos olores y sabores esenciales. Linda forma de terminar la semana.