21 noviembre 2015

¿Cine? ¿dominicano? ¿apoyarlo?

Geraldine Chaplin y Janet Mojica en Dólares de arena.
(Escrito para la columna Como si fuera sábado, de la revista Estilos)

Hace unos días alguien me preguntó que me parecía la “pujante industria del cine dominicano” (puedo asegurarlo, esos fueron el adjetivo y el sustantivo que usó). Como soy muy escéptico sobre el tema, le pedí un poco de ayuda para poder responderle.
“¿Cuáles son las películas dominicanas que más te gustan?”, le pregunté. “¡Muchas!”, respondió con entusiasmo. “Mencióname las diez que más te gustan”, insistí. El tiempo que se tomó en pensar su top ten me pareció una eternidad. Al final solo pudo mencionar seis títulos; dos, estaban repetidos.
Llegados a ese punto, tuve que decirle lo que realmente pensaba. La Ley de Fomento de la Industria Cinematográfica, le dije, me parece un gran logro. Los cineastas cubanos, por ejemplo, están clamando por algo parecido y nadie los escucha.
Sin embargo, ese importante incentivo ha sido mucho más aprovechado por los empresarios que por los creadores. El hecho de que en las salas de proyecciones se exhiban materiales realizados en el país, no quiere decir que siempre sea cine y mucho menos que represente las identidades dominicanas.
Pongamos un ejemplo, quizás el peor de todos: Roberto Ángel Salcedo. El Niño Orquesta, como lo bautizó el crítico Armando Almánzar, porque prácticamente lo hace todo en sus “obras” (las comillas son de Almánzar, no mías), estrena un producto al año.
Pero a eso que él hace no se le puede llamar cine. En todo caso son programas de televisión que, a pesar de tener un pésimo guión y estar terriblemente actuados, se exhiben en pantalla grande, en el mismo espacio donde, regularmente, se proyectan películas.
Hay otros directores que, aunque no tienen el mismo talento que Salcedo para facturar bodrios, tampoco consiguen hacer obras (ya sin comillas) que realmente contribuyan a consolidar una cinematografía con los valores de  una cultura tan rica como la dominicana.
¿En verdad esos productos merecen ser apoyados? Eso es una elección de cada quien y puede hacerse con el mismo criterio que se elige una marca de corn flake, de zapatos o de ropa interior. Al fin y al cabo hablamos de una mercancía, no de un bien cultural.
Los que sí merecen apoyo son esos que buscan un camino diferente a la risa fácil (¿o debo decir tonta?) y piensan en el espectador antes que en sus bolsillos. Hablo de los que en verdad tienen algo que decir y, con los años, producirán la verdadera historia del cine dominicano.
Hablo de Ángel Muñiz, Ernesto Alemany, Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, Juan Basanta, José María Cabral, Héctor Valdés, Pedro Urrutia, Ronni Castillo, Francisco Antonio Valdés y César Rodríguez, entre otros. No puedo dejar de mencionar la labor de Frank Perozo; aunque no es director, siempre se toma su trabajo con una seriedad admirable.
Al amigo del que les hablé al principio acabé respondiéndole su pregunta con las dos películas que el repitió en su trabajosa lista. Cuando el cine dominicano tenga 20 películas como Dólares de arena o La Gunguna, entonces podremos hablar de una pujante industria. Mientras tanto, necesitamos tantos críticos como realizadores para ir separando a los verdaderos creadores de los comerciantes.
Cuando es cine y cuando es dominicano, merece ser apoyado. Pero apelar al orgullo que siente un pueblo por su identidad para luego tomarle el pelo con denigrantes facilismos, es una burla injustificable, peor aun que esos terribles chistes que se proyectan en widescreen con sonido dolby digital.

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