La
dictadura de los hermanos Fidel y Raúl Castro le legará a los cubanos del
futuro un país en ruinas. No solo las ciudades y los campos están devastados.
La esencia intangible que definió las identidades y la cultura de la nación
también recibió severos daños.
El
día que por fin acabe de pasar el huracán revolucionario y comience la
reconstrucción de Cuba, los historiadores serán aún más útiles que las
tablas y las puntillas. Para no seguirle los pasos al destino sonámbulo de Haití,
necesitamos explicaciones que nos despierten.
De
ahí la importancia de libros como Historia
mínima de la Revolución cubana (El Colegio de México, 2015), donde Rafael Rojas repasa “las líneas maestras
del cambio económico, social, político y cultural que vivió la isla entre los
años cincuenta y setenta del pasado siglo”.
Hace
una semana que Rogelio Obaya me avisó de que el libro ya había llegado a Cuesta.
Aunque le pedí que me apartara uno, no resistí la tentación y fui a buscarlo a
la tienda de iBooks. Lo estoy leyendo desde que se descargó. En mi cabeza, las
palabras son ilustradas con imágenes de viejos noticieros y mi propia
experiencia.
Tengo
casi todos los libros de Rojas (Rafael, quiero decir) en físico y en digital,
así me aseguro de que siempre estén a mano. Este no será la excepción. A pesar
de su brevedad, aun cuando a veces parece el manifiesto de una generación y no
un libro de historia, será una bibliografía obligada.
En
ese futuro (que ya intuyo cercano) en que los cubanos se sacudan el polvo
de tantas ruinas y comiencen a reconstruir, este libro será tan valioso como el
cemento, los ladrillos y la arena. Él le explicará a los hijos porque sus
padres tuvieron que resignarse a que todo se perdiera, incluso hasta la más mínima esperanza.
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