31 mayo 2016

Cuando estemos a 55 años de distancia del fidelismo

Fidel Castro junto a Joaquín Balaguer, principal garante
del legado de Trujillo en la democracia dominicana.
Ayer se cumplieron 55 años del ajusticiamiento de Rafael Leonidas Trujillo. Aunque el trujillismo duró la mitad de lo que ha durado el fidelismo, República Dominicana no ha sido capaz de librarse de todos los traumas ni del funesto legado que dejó El Jefe.
No hay un espacio de la sociedad dominicana donde no se expresen, de una manera o de otra, el autoritarismo y los prejuicios que Trujillo implantó como una mala hierba para poder perpetuarse en el poder. Por eso muchos, en cuanto logran un pequeño espacio de poder, se comportan como caricaturas a escala.
En el reciente proceso electoral, el presidente Danilo Medina exigió mayoría absoluta a sus seguidores: “Yo necesito senadores y diputados que aprueben en el Congreso lo que yo quiero hacer. Yo necesito mi Congreso. Y esos compañeros que se están postulando aquí son parte de mi Congreso”, exclamó.
El historiador y periodista Miguel Guerrero tiene una explicación para esos comportamientos: “El hecho de que la transición a formas democráticas se diera dentro de la propia estructura político-militar de aquel régimen ha perpetuado ese legado, que nos traba el tránsito hacia modelos de comportamiento más abiertos en el quehacer nacional”, dijo recientemente en una entrevista a EFE.
El antropólogo Carlos Andújar, también entrevistado por la agencia de prensa española,  asegura que la sociedad dominicana no ha podido distanciarse de Trujillo, “como el franquismo, en España, y el castrismo, en Cuba, el trujillismo contaba con una doctrina. Para superar esos períodos es crucial romper con esas doctrinas e ideologías”, afirmó.
Si República Dominicana no ha podido librarse, medio siglo después, de la herencia que dejaron 30 años de trujillismo; saquemos la cuenta de cuánto nos tomará a los cubanos superar los peor del fidelismo, eso que acabó dividiendo a nuestras familias y arruinando a nuestra sociedad.
Partamos de un número. Seamos optimistas en el cálculo y digamos que la dictadura no irá mucho más allá de los 60 años. La regla de tres es una buena herramienta para eso.

29 mayo 2016

Mario Dávalos volvió de La Habana leyendo a Cortázar

Mario Dávalos volvió ayer de La Habana. Lo supe por un WhatsApp que me hizo llegar: “Asere, llegando a RD de Cuba. Después de leer las cartas de Cortázar a Retamar, he llegado a la conclusión de que Julio, uno de mis escritores favoritos cuando era adolescente, era un pretencioso comepinga”.
Mario va a tanta velocidad por la vida, que muchas veces, cuando uno trata de responderle algo, ya el anda por otro tema. Por eso dejé atrás la bienvenida a suelo dominicano y me concentré en Cortázar: “Es curioso cómo vas llegando a las mismas conclusiones que yo, más o menos a la misma edad que yo lo hice”, le escribí.
Antes de que él respondiera y desviara la conversación por un nuevo camino, agregué: “Y era muy ingenuo, políticamente”. Tuve suerte, se mantuvo en el mismo tema: “¡Exacto! En serio, iba leyendo y no lo podía creer. Qué tipo más ingenuo y creído”.
Hoy en la mañana, a propósito de esa conversación con Mario, escribí esto en mi muro de Facebook:
Hay escritores que nunca podré dejar de releer (Faulkner, Borges, Calvino, Buzzati, Cabrera Infante...), hay otros que quisiera leer como si nunca los hubiera leído (Verne, Salgari, Dumas...) y hay otros que ya no tengo necesidad de releer (García Márquez y Cortázar son los dos nombres que más rápido me vienen a la cabeza).

Cuba está cambiando para quedarse como está

Tengo 48 años. Aunque en lo esencial llevo por dentro a un Camilo muy parecido al adolescente y al joven que fui, mi espalda y mi estómago no me dejan mentir. A veces, cuando me excedo, uno de los dos, ¡o los dos!, me llaman a capítulo. Eso ha hecho de mí un hombre más (co)medido a la hora de hacer planes.
Por eso me asombra tanto que gente de mi edad y aún mayor que yo, tengan proyectos tan optimistas para el futuro de Cuba. Por más números que tiro, la Cuba que quiero (y que creo merecer, no solo yo, sino todos mis compatriotas) no es posible en menos de 20 años. Entonces, yo ya tendría 68.
Si ahora Cuba es un país para viejos del que cada vez más jóvenes se van; entonces será un país para jóvenes, en el que los viejos tendrán que hacerse a un lado. Mi país necesita ser reconstruido desde la punta de Maisí hasta el cabo de San Antonio; pero hay algo que urge más que el cemento, los ladrillos y la arena: la sociedad civil.
Esa es la principal razón por la que no podría volver a vivir en la Cuba actual. En mi país hay una dictadura que todas las semanas reprime y repudia a los pocos que se atreven de verdad a pensar diferente. Llamar al régimen de Raúl Castro por cualquier otro nombre, es un penoso eufemismo.
Hace 16 años que hablo y escribo con total libertad. Me siento incapaz de volver a tener que matizar, disimular, encubrir, callar o temer. Sé que otros pueden hacerlo y sus estómagos les responden estupendamente; pero el mío, lo dije al principio, se ha puesto cada vez más exigente.
A muchos les gana el entusiasmo y a otros el instinto de supervivencia. Yo prefiero no dejarme engañar ni engañarme a mí mismo: Cuba está cambiando para quedarse como está.

28 mayo 2016

Feliz día de todos los días

El único beso que conservo de mi abuela Atlántida.
(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

Cuando logras deshacer al Día de las Madres de toda la trivialidad que lo acompaña, cuando consigues ignorar las oportunistas ofertas de los centros comerciales, cuando haces caso omiso de la ridícula publicidad que la mayoría de las marcas producen de manera “especial” para la fecha.
Cuando por fin logras que el Día de las Madres no sea el de la que cocina, lava, limpia, plancha y tiene que hacer todo en casa; sino el de la más capaz, el de la que siempre tiene tiempo para todo, el de la que puede resolver eso que a los demás les resulta imposible… Entonces has dado con lo que debe ser la esencia de esa celebración.
Hay lugares o hechos que me dan ganas de tener 20 años menos. A veces me gustaría volver a esa edad en que desconocía los dolores en la espalda o era capaz de leer sin lentes y casi sin luz. Eso me hacía mucho más libre y menos dependiente de los artefactos y los analgésicos.
Tengo otra razón para desear ser joven: poder pertenecer a una generación que prefiere compartir a tener y la ética a la estética. Es cierto que la generación Y no puede vivir sin una pantalla, es verdad que son incapaces de llegar lejos sin una señal de WiFi; pero han crecido sin muchos de nuestros prejuicios y no toleran la discriminación.
Lástima que no pueda renunciar a la infancia que me tocó ni a muchos momentos inolvidables que viviría una y otra vez, aunque al final del juego siempre volviera a tener 49 años. Pero la razón más poderosa por la que quiero seguir teniendo la edad que tengo son mi abuela, Atlántida Mosteiro Góngora, y mi madre, Lérida Yero Mosteiro.
El haber sido nieto e hijo de dos mujeres extraordinarias, me impide cualquier tipo de canje con otro Camilo que no sea el que he sido. Todavía hoy, cada vez que me enfermo y no puedo salir de la cama, siento el olor y el calor de mi abuela, oigo su dejo asturiano en mi oído.
Aunque ya mi madre es muy mayor y recuerda muy pocas cosas de todo lo que fue, tenerla cerca me ayuda a luchar contra las dudas o los miedos y a convencerme de lo que hago. Soy más creíble ante mí mismo. Por eso, la única salida que tengo es tratar de imitar las cosas buenas de los milennials aunque sea más viejo que ellos y no tenga ya ni la mitad de sus fuerzas.
Simone de Beauvoir, uno de los seres pensantes que más ha hecho para acabar con las desigualdades de género, dijo una vez que “el problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”. Si Simone viviera hoy (y si fuera junto a Sartre, mucho mejor), no pensaría de esa manera. Ya no hay nada más ridículo que el machismo.
Los hombres, las marcas y los centros comerciales que creen que el Día de las Madres es el de la que cocina, lava, limpia, plancha y debe hacer todo en casa, tienen cada vez menos espacio en el futuro. La era de hipertransparencia que vivimos no solo sirve para provocar escándalos políticos o financieros, también deja al desnudo a los que tienen prejuicios o discriminan.
Si Simone estuviera entre nosotros, reconociera que en las sociedades actuales cada vez hay menos espacio para los que ven diferencias entre un hombre y una mujer en cuanto a capacidades, salarios o confiabilidad. Si la compañera de Sartre compartiera el presente con nosotros, tendría que admitir que el machismo ya es un síntoma de inferioridad.
Todas las mañanas del mundo yo le preparo el desayuno a Diana Sarlabous. No recuerdo cuándo y por qué empecé a hacerlo. Fue algo natural, como lo es todo entre nosotros. Eso no me convierte en un héroe, sino en un tipo normal, alguien que hace lo que debe hacer cuando comparte, además de una vida, eso tan hermoso y duradero que es el presente, la cotidianidad.
Por eso y muchísimas razones más, estoy convencido de que el Día de las Madres es el día de todos los días.

27 mayo 2016

Eso fue, en verdad, lo que pasó

Te leí un raro poema de Borges
para que trataras de acertar
el autor.
Cuando llegué al final
me miraste
orgullosa.
Tus ojos
refulgían
como una estrella,
tu voz
sonó orgullosa,
enamorada.

“¡Ese es tu mejor poema!”,
dijiste feliz,
antes de pedirme
que te repitiera
la última estrofa.
Pronuncié las palabras
aún más despacio,
como si fueran en verdad
las mejores que haya escrito.

“En serio, lo digo en serio”,
repetiste feliz,
“ese es tu mejor poema”.
Luego me diste un largo beso
que acabó de sobornar
lo que me restaba de vergüenza.

Aunque eso fue, en verdad, lo que pasó,
no pude renunciar a tu mirada,
a tus ojos refulgiendo como una estrella.
Lo siento, pero mi amor por ti
es ciego,
como el verdadero autor de esos versos.

Perfumito

Un caboose como el de Perfumito pasando por el Paradero de Camarones.
Tenía uno de los empleos más solitario del mundo. Era colero, es decir, viajaba en el caboose de los trenes de carga. También era negro, viejo y muy pequeño. De niño, cuando leía cosas sobre los güijes, me los imaginaba con su cara y su cuerpo. Mi madre ya no recuerda su nombre*. Yo nunca lo supe. Solo sé que le llamaban Perfumito, por su porfiado aliento a Coronilla.  
Para darle la vía a los trenes de carga, mi abuelo preparaba tres arcos: uno para el maquinista, uno para el conductor y uno para el colero. Como Perfumito tenía los brazos muy cortos, tenía que sacar todo el cuerpo del caboose. Solo así lograba pasar su mano entre el cordel donde estaban sujetadas las órdenes para su tren.
Cuando mi abuelo se jubiló y se sentaba en el andén a ver pasar los trenes, Perfumito no dejó de sacar todo el cuerpo del caboose. “¡Yerooooo!”, gritaba mientras se alejaba, batiéndose como una banderola al final del tren. Una vez, en Hormiguero, su tolvero se descarriló. Ya lo daban por desaparecido cuando emergió de una montaña de azúcar a granel.
En otra ocasión, mientras pasaba por Palmira, su caboose se desenganchó y, cuando por fin se detuvo, no le dio tiempo a reaccionar. La pendiente hacia Cienfuegos es muy pronunciada. Según los testimonios que oí entonces, la velocidad de aquel viejo vagón debió superar los 100 kilómetros por hora.
Pero Perfumito nunca dejó de mover su farol en señal de alarma. Justo después de pasar por el crucero de Manacas, las ruedas tomaron una dirección y el caboose otra. Salió ileso, pero esta vez lo obligaron a retirarse. La última vez que lo vi estaba sentado en el banco más solitario del Parque Martí.
Cuando lo saludé, me respondió como si se estuviera alejando en su caboose: “¡Camilitooooo!”. Siempre fue colero, toda su vida vio al mundo de pasada y no parecía estar acostumbrado a la inmovilidad de las cosas. Lo único que pudo conservar hasta el final fue su porfiado aliento a Coronilla.

*Cuando Esteban Darias Domínguez (uno de los ferroviarios que más admiro y quiero) leyó este post, me hizo llegar el verdadero nombre de Perfumito: José Luis González. Según Esteban, en estos momento tiene más de 90 años y goza de perfecta salud.

Siempre listo

Obra de Camilo Villalvilla.
No basta con morirte de una carcajada,
de cara al sol
o con los ojos vendados,
de espaldas
a la interminable noche de un muro.
No basta con darte por vencido
justo en medio del océano
y lanzar
lo que queda de ti
por la borda.
No basta con saber intuir
los pasos a ciegas
de los antiguos danzones,
tampoco aprender a vivir
sin antepasados
ni personas que sean capaces
de reconocer tu rostro
y llamarte por tu nombre.

No es suficiente con echarle de menos
a un país en el que en realidad
nunca llegaste a vivir.
Ser cubano es estar siempre listo
para que aparezca alguien
con un rencor más viejo que el tuyo.

26 mayo 2016

Para que mis libros tengan olor a bosque

Hoy, por aquel Concordato que suscribieron el antiguo dictador de Ciudad Trujillo y el Vaticano, es feriado. Gracias a eso nos levantamos muchos después de las cinco, que es la hora en que regularmente lo hacemos. Hice el café. Regué las orquídeas. Desayunamos.
Luego caminamos por el barrio, nos desperazamos,  le compramos donas a María, a mi madre y a mis suegros. Después, ya de regreso a casa, pasamos a buscar una mata para el tarro que compramos ayer y, en una tienda tapizada de ladrillos, Diana pidió un aceite para que mis libros tengan olor a bosque.
Es jueves, pero lo hemos vivido como si fuera sábado. No sé cómo me puede servir esto para mi columna de la revista Estilos. Por eso lo pongo aquí, junto a una foto de la nueva mata que ahora vive en nuestra cocina.

25 mayo 2016

La luz siempre tardía de los faros

Ninguno de los dos lo recuerda,
pero aquella noche
la pasamos sobre el agua,
mientras la columna de humo
nos llevaba lejos
de todos esos lugares
en los que al final
nunca podríamos quedarnos.

Ni tú ni yo conservamos nada
de aquel largo amanecer
entre los cayos,
la neblina del Golfo
y la luz siempre tardía de los faros.
Desde entonces viajamos juntos,
amor mío,
aunque no tengamos manera de probarlo.

Basta la certeza de que estábamos allí,
buscando alguna señal en el mar
o en nuestros propios ojos,
intuyendo los recuerdos
que nos esperaban
muchos años más tarde,
apenas unos días después
de que lográramos escapar por última vez.

23 mayo 2016

(A)simetría

Los líderes de la Iglesia Católica en República Dominicana son incondicionales de lo más conservador del poder político y empresarial. Es decir, que están del lado de eso que se conoce como ultraderecha. 
Los líderes de la Iglesia Católica en Cuba son incondicionales de lo más conservador del poder político (no hay empresarios en Cuba, oficialmente). Es decir, que están del lado de eso que se conoce como ultraizquierda. 
Tanto en República Dominicana como en Cuba, los líderes de la Iglesia Católica se mantienen muy lejos de los que más los necesitan y muy cerca de los que menos los necesitan. 
Sospecho que, en ambos países, Cristo hubiera actuado de una manera muy diferente a la que su "cuerpo diplomático" lo hace.

21 mayo 2016

El hombre más dichoso del mundo

Un día le dije que quería que en nuestro nuevo Bohío hubiera una pared de ladrillos. Sería mi homenaje a la ENA (la Escuela Nacional de Arte de La Habana, donde estudié). Su respuesta fue sencilla: "Me encantan las paredes de ladrillos". 
Ya no recordaba esta foto, que es de la tarde en que la pared quedó terminada. Con la vejez (dejémonos de condescendencias: cuando te empiezan a doler todos los huesos y te salen unos pelos largos en la nariz, has llegado a la vejez) uno empieza a elegir sus batallas y sus compañías. 
Aún no he logrado organizarme en eso de las batallas. A veces libro las más inútiles, otras empiezo a pelear cuando ya me sé derrotado y las pocas veces que gano, quedo tan mal herido que ni celebro la victoria. Me urge aprender más en eso de las batallas. 
Pero en cuanto a las compañías, debo admitir que he sido el hombre más dichoso del mundo. Diana Sarlabous Sosa es mía.

20 mayo 2016

Yanelis Martin Serralvo

Lucy, Harold, Yanelis y Popy en su casa de Manicaragua. Años setenta.
Hoy perdí uno de los recuerdos más lindos de mi infancia. Mi prima Yanelis Martin ya no aparecerá más a decirme nada. Siempre la recordaré como aquella niñita intranquila, curiosa y buena que llegaba en el tren de Cumanayagua, con sus padres (mi prima Lucy y Popy) y su hermano Harold, para pasarse todo el fin de semana con mis abuelos y conmigo. 
La recuerdo corriendo por el andén de Camarones, persiguiendo mariposas o asustada por el estruendo de los interminables trenes de carga, siempre feliz, siempre linda. Cuba y sus circunstancias nos separaron de adultos, pero siempre me quedará la infancia que compartimos. Te quiero, primita linda, te voy a querer siempre.


***
A principios de mayo, para tratar de aliviar en algo los duros días por los que pasaba Yanelis, le regalé este post: El piano de mi prima Lucy.

17 mayo 2016

Thelegraph Road

La noche fue un largo camino
de luces a toda velocidad.
Por la ventana,
como en los antiguos trenes
de aquella película,
pasaban los postes del telégrafo.
Puede que ese sueño
no sea más que una vieja canción,
la resonancia oscura
de una afiladísima national guitar.

La noche fue un largo camino
de luces a toda velocidad.
Por la ventana,
como en el viejo autobús
de aquella canción, la línea del telégrafo
atraviesa a Michigan de norte a sur.
Puede que ese sueño
no sea más que una vieja melodía,
esa que siempre sale
de la mano abierta de Mark Konpfler.

La noche fue un largo camino
de luces a toda velocidad…
Hasta que tú te diste la vuelta
y recostaste la cabeza en mi hombro.
Entonces apagué el aire y abrí las cortinas.
Tras el cristal, Santo Domingo
salía al encuentro de todos los ruidos.

16 mayo 2016

Imaginemos cómo será Santo Domingo sin Roberto Salcedo

Roberto Salcedo era un comediante de televisión cuando decidió ser alcalde del corazón de Santo Domingo. Otro artista, muchísimo más talentoso que él, pero igual de ineficiente al frente de la municipalidad, Jhonny Ventura, había sido su antecesor. Pasamos de una Capital musical a otra que daba risa.
Durante los 12 años de Roberto Salcedo, la alcaldía dejó de pensar al Distrito Nacional como una ciudad y la gestionó como si fuera un escenario. Solo así se explican el Zooberto (probablemente el parque más feo y ridículo del mundo), Brillante Navidad (un grotesco espectáculo de luces en un país con serios problemas de generación) y  Güibia Semana Santa (una playa artificial en medio de la calle, ¡justo al lado del mar!).
La Capital de los dominicanos es también, por su importancia económica, la capital del Caribe insular. Durante los 12 años que Roberto Salcedo se mantuvo al frente de la Alcaldía, el Distrito Nacional creció de una manera desorbitada hacia arriba. Como el Alcalde estaba concentrado en entretener (que es lo que en verdad sabe hacer), esos casi tres lustros pueden considerarse perdidos para la ciudad.
Cada vez que la Alcaldía hacía algo, la gente lo bautizaba con un nombre despectivo. Al parque lleno de monstruos, todos le llaman Zooberto; a los espacios públicos que pintó al estilo Willy Wonka, canquiñas. En el antiguo zoológico, donde está actualmente el Conservatorio Nacional, hizo un anfiteatro que le hace la vida imposible a todos los que viven en sus alrededores.
Más que un alcalde, Roberto Salcedo fue un animador sociocultural populista y prepotente, que entretenía a unos (a cambio de votos) e imponía sus ocurrencias a todos. Ahora que, según los primeros boletines de la Junta Central Electoral, parece que nos hemos librado de Roberto Salcedo, imaginemos un Santo Domingo sin él.
Los dominicanos merecen una Capital más limpia y organizada, que cuando llueva no se convierta en Venecia y cuando escampe deje de ser un caos. Los dominicanos merecen una Capital llena de árboles y con muchos más parques. Los dominicanos merecen una Capital ordenada, limpia, habitable, que represente de verdad su diversidad cultural y su alegría.
Imaginemos un Santo Domingo que no le de risa a nadie, donde todos los que la viven estén orgullosos de ella.

15 mayo 2016

Mientras soñamos con el día en que todos los cubanos puedan hacerlo

Cuando me fui de Cuba, donde el Estado es omnipresente (tiene el control hasta del día exacto en que las mujeres mestruan), me prometí a mí mismo nunca más depender de él. Durante estos 15 años, como resumiría Emerson, he tratado por todos los medios de mantener mi independencia, mi libertad y mi dignidad. 
No hago nada ilegal desde que me fui de Cuba (para poder sobrevivir allí, es preciso cometer ilegalidades desde que te levantas hasta que te acuestas) y no he cobrado un peso proveniente del Estado. Si a alguien he seguido en estos años, es a Thoreau, quien me enseñó a construir una cabaña imaginaria donde aislarme de toda la mierda que nos rodea en el mundo de hoy.
En algún momento de la mañana, acompañaré a Diana a su Colegio Electoral para que vote. Según me ha dicho, lo hará contra la avasallante hegemonía del PLD y contra el actual alcalde de Santo Domingo, Roberto Salcedo, un comediante que ha convertido a la capital de los dominicanos en una broma de mal gusto.
No es que creamos que las cosas van a cambiar. No es que esperemos nada del Estado (¡nunca lo aceptaríamos!). Simplemente ejercemos un derecho, mientras soñamos con el día en que todos los cubanos puedan hacer lo mismo en su país. Crean o no en el Estado, esperen algo o nada de él.

14 mayo 2016

La confianza en la sombra de los árboles

La neblina de la Cordillera Central dominicana dentro
de la Loma de Thoreau. (foto: José Roberto Hernández) 
(Escrito para la columna Como si fuera sábado de la revista Estilos)

El viernes pasado, en un patio del Santo Domingo colonial, hablábamos con un artista cuando Jaime Moreno llegó al lugar. Justo después del abrazo, sin que nos lo propusiéramos, el bosque dominicano se impuso como tema de conversación. De pronto, me di cuenta que el artista ya no estaba en la mesa.
Más tarde, le pregunté por qué se había marchado. “Me aburren los árboles”, fue su respuesta. Eso me hizo pensar en cuánto han cambiado mis temas de conversación preferidos y las personas con las que prefiero conversar. Ahora, nada disfruto más que la naturaleza.
Esa es la razón por la que me alegra tanto la compañía de gente como Mario Dávalos, Miguel Lajara, Jaime y Jesús Moreno. Ellos siempre miran a este país con otros ojos. Tienen la capacidad de ver, en un mismo paisaje, el pasado, el presente y las mejores posibilidades para el futuro.
Por Mario descubrí Quintas del Bosque, el lugar donde Diana y yo le hemos dedicado una loma a Henry David Thoreau, una de nuestras mayores fuentes de inspiración. Junto a Mario he vivido también experiencias inolvidables por los montes dominicanos, tras el rastro de especies en peligro de extinción y entornos únicos.
Miguel Lajara me ha dado la oportunidad de colaborar con el proyecto sociocultural de Granja Guanuma, que se propone abrir sus puertas a las familias y las comunidades educativas, para que disfruten de la experiencia que significa saber del campo y vivir, de una manera sostenible, de lo que él produce.
Miguel tiene tantos sueños en la cabeza que a menudo pierde la paciencia con ellos. Hoy, cuando todos hablan de compromiso sin estar realmente comprometidos, gente como él, que trabaja sin descanso para que sea posible producir alimentos en armonía con la naturaleza, merecen toda nuestra solidaridad.
Al filo de los 50 años suele hacerse difícil elegir eso que llamamos “días inolvidables”. Puedo asegurarles que uno de los míos transcurrió en una loma de San José de las Matas, mientras recorría con Jesús Moreno las plantaciones de macadamia con las que él se ha propuesto salvar un entorno devastado.
Junto a Jesús, también, subí hasta las fajas de la Loma Quita Espuela a reforestar un pedazo de esa área protegida que había sido destrozada por un invasor. Alguien, con más influencias de las que merece, se había apropiado del terreno para construirse una casa de campo. La primera manifestación de su “sentido de pertenencia” fue derribar el bosque.
En el patio del Santo Domingo colonial, mientras conversaba con Jaime, seguimos sembrando espacios en el futuro. Él prometió conseguirme unas posturas de ébano verde, un árbol dominicano en grave peligro de extinción. Yo le prometí cuidarlas hasta que crezcan lo suficiente y ya no necesiten de mi ayuda.
Siempre disfruté de la naturaleza, pero antes no era consciente de lo frágiles que son los entornos, ni de las pequeñísimas cosas que uno puede hacer para no seguir agravando los daños sobre ellos. Ahora, miro de otra manera al campo y a los bosques, esa es una de las cosas que le agradezco al haber envejecido.
Fernando Pessoa, el poeta portugués que tuvo varios heterónimos  porque escribir bajo una sola identidad le resultaba insuficiente, decía que la literatura era una prueba evidente de que la vida no basta. En compañía de gente como Mario Dávalos, Miguel Lajara, Jaime y Jesús Moreno, he aprendido que sembrando árboles podemos dejar una huella que dure mucho más que nosotros.
Nací en el campo y me crié entre campesinos. Durante mi adolescencia mi gran sueño era vivir en la ciudad y poder andar al aire libre sin tener que vérmelas con el lodo y la soledad de la intemperie. Ahora nada me hace más dichoso que permanecer en un espacio donde todos los ruidos provienen del monte. 
A mí también me aburrían los árboles. Pero ahora soy un buscador de sus sombras para confiar en ellas. Así es que me busco a mí mismo, así es que encuentro a la gente de la que quiero estar rodeado.

12 mayo 2016

12 de mayo

El día de nuestra boda, Diana me da a probar mi plato favorito:
¡pellejito de puerco asao!
El 12 de mayo de 1937, nació mi madre, Lerida Yero Mosteiro. El 12 de mayo de 2012, Diana Sarlabous Sosa y yo nos casamos. Como pueden ver, le debo casi todo lo que soy a este día desde hace 79 años. Felicidades, Mami. Felicidades, mi Cucha.

06 mayo 2016

Nace Ediciones El Fogonero

Portada del primer libro de Ediciones El Fogonero.
A Diana Sarlabous le debo muchas cosas. Desde la noche del 25 de julio (por suerte faltaban unos minutos para que fuera 26, ninguno de los dos nos hubiéramos perdonado esa fecha para nuestro aniversario), no me imagino mi vida sin ella.
Hace unos días, Marianela Boán y Alejandro Aguilar (quienes han sido los testigos de excepción de nuestra historia) nos hicieron notar cuánto hemos cambiado los dos desde que nos conocimos. “Ambos —dijo Marianela con ese énfasis que ella le pone siempre a la primera palabra de una oración— son muy diferentes a como eran antes de conocerse”.
Lo cierto es que hemos construido y sembrado muchas cosas juntos. Y cada vez que levantamos o plantamos algo, nuestro vínculo se hace aún más fuerte. Aunque apenas cumpliremos cinco años, a los dos nos parece que ha sido mucho, muchísimo más tiempo.
Una de las cosas en que Diana más me ha ayudado, es en aprender a concretar los proyectos (ella es financiera, los números siempre tienen que cuadrarle). Así fue que mi labor como consultor en estrategias de comunicación y producción de contenidos empezó a tener estructura.
A partir de ese momento, El Fogonero, además de ser el blog donde tengo la libertad para ser yo mismo, se convirtió en una pequeña empresa. Como resultado de eso, este año podré comenzar a publicar mis libros en una colección, como siempre me los imaginé.
La edad me ha despojado de toda presunción. No tengo otro afán que no sea el de ver crecer las páginas como crecen en la Loma de Thoreau los pinos, los  júcaros, los ocujes y las caobas. Ya no escribo con la intención de que me recuerden; es simplemente algo que no puedo evitar, como el café de la mañana o el ron de las tardes.
Este año publicaremos cuatro libros: Como si fuera sábado (las columnas de la revista Estilos), La vuelta a Cuba (las crónicas de nuestro viaje al Paradero de Camarones y El Cristo en 2011), Cosas que nadie debería recordar (poemas inéditos de diferentes épocas) y Resort (un libro de cuentos que sucede en suelo dominicano y donde no hay ni una sola alusión a Cuba).
Además de Diana y su voluntariosa persistencia, me han inspirado mucho las pequeñas casas editoriales que han emergido después de ese diluvio que, por un momento, nos hizo pensar que el libro de papel desaparecería. Soy un individuo del siglo pasado, por eso intentaré una vez más que mis palabras puedan tocarse.
Con ustedes, Ediciones El Fogonero.

Bladi y Beny

La noticia que ayer todavía era falsa, ya es cierta. Bladimir Zamora Céspedes viaja sin puntos cardinales. Si Beny Moré está tocando en alguna parte, esta noche con toda seguridad el Bladi irá a verlo. Si algún consuelo tengo, es ese.

***
Cuando el trovador Polito Ibañez leyó este pequeño post en Facebook, puso un comentario que reproduzco a continuación:

No sé si sabes que de esa frase suy saqué el título de una canción mía que no canto nunca. Acá te la dejo por si el Blao’ Zamora todavía nos escucha. Esta ingenua y vieja canción:

Sin puntos cardinales 

Es viernes frente al espejo
me maldigo ante mi boca
mi rostro es como un anuncio
que a la risa me convoca.

Ya estás muerto veo mi funeral
no tengo caminos; no hay donde llegar
voy al sexo a la droga, voy a la pasión
necesito una oración de llanto,
para morir mi mundo sin sufrir tanto
necesito una oración de espuma,
para acabara mis días sin pena alguna

Vengas todos a mirarme, a reír de mis segundos
yo soy el payaso, el peligro de tu mundo
pongan ya mi detención, no esperen a mañana
yo soy el enemigo de todo cuanto amas
ahí te dejo las estrellas, te dejo la luz
te dejo la esperanza, el amor sobre la cruz
te dejo las maravillas y toda esa mierda de tu mundo real
pero déjame soñar.


                          Polito Ibañez — Mayo de 1989

05 mayo 2016

Bladi

18 de septiembre de 2011. Ese día Diana conoció a Bladimir Zamora
y yo me reencontré con él, después de 10 años sin vernos.
Tarde en la noche recibí una llamada de Alfonso Quiñones. Algo malo debe haber ocurrido, me dije, por eso tardé tanto en contestar. “El Bladi, asere, el Bladi”, oí. Aunque era algo que esperaba hace meses, llegué a convencerme de que al final no ocurriría. Nunca vi a Bladimir Zamora dándose por vencido, por eso tenía la certeza de que su lucha contra la Parca no sería una excepción.
Lo conocí hace exactamente 30 años. Un poema mío acababa de aparecer en la sección Por Primera Vez, de El Caimán Barbudo, y fui, junto a Norge Espinosa, de los jóvenes escritores de provincia que invitaron a celebrar el 20 aniversario de la revista. Cuando me lo presentaron, él conversaba con Sigfredo Ariel; de manera que en ese momento di con dos de las personas que más me influirían en lo adelante.
Viví tantas experiencias inolvidables junto a Bladimir Zamora, que sería incapaz de ponerme a elegir. Pero hay una, en la Plaza de los Toros de Las Ventas, en Madrid, que quizás pueda servirme de resumen. Corría el año 1993 y en el medio del ruedo tocaba una orquesta de viejos músicos cubanos.
De pronto, por una de las esquinas, subió al escenario una negra con un vestido que brillaba como un cometa. Cuando se oyó la palabra “¡Azúcar!”, todos rieron y aplaudieron. Bladimir y yo, en cambio, empezamos a llorar. Si ese momento me emocionó tanto como a él, es porque ya me había enseñado lo esencial que era Celia Cruz para esa convicción que es saberse cubano.
En la calle Monserrate, a media cuadra de la barra donde Ernest Hemingway se bebió los mejores tragos de su vida y a dos puertas del último refugio de Reinaldo Arenas en Cuba, estaba La Gaveta, los poquísimos metros cuadrados donde Bladimir estableció su residencia en la tierra. Todos los escritores y trovadores de mi generación, sin excepción, dejaron algún recuerdo allí.
Del mismo centro de La Gaveta colgaba una pequeña campanita. En su badajo había atada una medalla de plástico de la Virgen del Cobre. Bladi no era ateo, pero tampoco era religioso; creía en la magia de la cubanía y en ella siempre depositó toda su fe. De ahí que Cachita estuviera a cargo de la gravedad de La Gaveta. Lo recuerdo pegándole a la medalla sus manotazos casi albinos y gordos.
—¡Chiiica —le decía a la Virgen— ilumina a este cubano que te quiere tanto!
Hoy, cuando el amanecer entró en Santo Domingo, caí en cuenta de que él ya no podrá verlo llegar a Bayamo. De mucha gente he aprendido muchas cosas de Cuba; pero con Bladimir Zamora entendí que la cubanía, aun en medio de las peores carencias y privaciones, te hace rico, te salva.  
Nos vimos por última vez el 1 de octubre de 2011. Fue en casa de Odette Pantoja, donde Carlos Varela, Polito Ibañez, Kelvis Ochoa y David Torrens le pusieron música al reencuentro y a la despedida. Los abrazos y el ron hicieron que todo fuera menos doloroso.
Casi al final de la noche, mientras Carlitos cantaba “Habaname”, Bladimir, Omar Mederos (quien también había vuelto a Cuba por esos días) y yo coincidimos en un abrazo.  Conservo una foto de ese momento. Estamos de espalda, por eso no se ve que lloramos. 
Poco después, ya sin la ayuda de ninguna canción, Diana Sarlabous y yo llevamos al Bladi hasta La Gaveta y le dimos un último abrazo. Aunque ya no volveré a esos pocos metros cuadrados donde Cuba era tan grande, ahora quisiera pararme en su mismo centro y darle un manotazo a la medalla de plástico de la Virgen del Cobre. 
Me gustaría pedirle que ilumine a ese cubano que tantos queremos.

La noche del reencuentro con Bladimir y Sigfredo Ariel,
dos de las mayores influencias que he tenido. 
El día que conocí a Bladimir Zamora, en 1986, también
conocí a Luis Alberto García. El azar quiso que Luisito
también estuviera en el reencuentro.
Abrazado con Bladimir y Omar Mederos, mientras Carlos Varela
canta "Habáname". A la derecha, Déborah Fajardo, otra muy querida
amiga de los años que mejor recuerdo de La Habana.
Ese día bebí por los dos, porque ya él no podía hacerlo.
A partir de hoy, cada vez que abra una botella, siempre habrá
un trago para él.

04 mayo 2016

Algo muy lejano para mí


El único perfume que uso es el del after shave. Compro los pantalones que me quedan cómodos y tienen los bolsillos grandes. Elijo las camisas menos calurosas. Solo llevo gorra cuando voy al campo, para cubrirme del sol o del frío de la loma. El mundo de Chanel es algo muy lejano para mí, tanto como la Cuba donde ocurrió su desfile.

03 mayo 2016

Sergio Vitier

Sergio Vitier retratado por su mejor amigo.
© Iván Cañas
Muchas veces, por razones que no puedo explicar, me vienen ritmos y toques de Sergio Vitier a la cabeza. Aunque suelo oír su música muy a menudo, eso ya me ocurría cuando aún no tenía ningún disco suyo. Crecí viendo documentales y películas con bandas sonoras compuestas por él, me hice viejo poniéndole sus sonidos a cosas que me ocurrían en silencio.
Hablamos una sola vez y fue en casa de sus padres. Yo visitaba a Cintio Vitier y Fina García Marruz con mucha regularidad en su apartamento de Paseo y Línea, en los altos del Potin. Por esos días había muerto mi padre y cuando Cintio nos presentó, él me dio un abrazo. “Papá y mamá te quieren mucho —me dijo—. El viejo tuyo es irremplazable, pero si quieres te presto el mío cada vez que lo necesites”. 
Aunque yo estaba muy triste por esos días, tuve que reírme de su ocurrencia. No recuerdo ya de qué hablamos, solo retengo la imagen de Fina saliendo de la cocina con una botella (de un ron innominado que había llegado a la bodega) y tres vasitos. No nos fuimos hasta acabarlo. Bajamos las escaleras juntos, “con un dulce vaivén”, y nos despedimos para siempre. Era 1993.
Luego, gracias a Joaquín Badajoz, conocí a Iván Cañas y, por alguna razón que solo las grandes amistades pueden explicar, le di continuidad a la conversación que tuve con Sergio aquel día. Me recuerdo en el muelle de Iván y Alba, junto a Diana, otra vez con vasos de ron en la mano, riéndonos a carcajadas de las mejores ocurrencias de Sergio.
Antes de ayer recibí un email: “Camilo, acaban de llamarnos y decirnos que Sergio hace unos minutos nos dejó... No te escribo más... No hay palabras... Un abrazo, Alba”. Uno siempre lamenta cualquier muerte. Pero cuando se trata de alguien esencial para la cultura a la que perteneces, el pesar viene acompañado de una angustia indigerible. 
Mi homenaje a Sergio Vitier solo podré escucharlo yo y se producirá casi a diario, cada vez que le ponga sus sonidos a cosas que me pasen en silencio. Siempre le estaré agradecido por eso y por el inolvidable gesto de prestarme a su padre, otro gran cubano al que nunca dejaré de echarle de menos.

Iván Cañas y Sergio Vitier.    © Archivo de Iván Cañas
Sergio Vitier y su hermano José María.   © Iván Cañas

01 mayo 2016

Roberto Almarales

En 1978, Cuba fue dividida en catorce pedazos y medio. Así fue que dejaron de existir dos de las seis provincias que habían fundado el sentido de pertenencia de los cubanos: Las Villas y Oriente. En el caso de la nuestra, Las Villas, acabó partida en tres partes: Cienfuegos, Villa Clara y Sancti Spíritus.
Eso hecho tuvo terribles consecuencias en los aficionados al béisbol de mi pueblo. Azucareros, el aguerrido equipo que tantos triunfos les había regalado, desapareció. El equipo que nos tocó a partir de ese momento, Cienfuegos, aún hoy no ha logrado ganar un campeonato. Pero tantas décadas sin una corona nunca amilanaron a los más fanáticos.
En las tardes de domingo, el Paradero de Camarones tenían una banda sonora única: las voces de los narradores de Radio Ciudad del Mar, esos que seguían a los elefantes de Cienfuegos por todos los estadios del país. Aunque la mayoría de las veces todo acababa en una derrota, las bocinas no se apagaban hasta el último out del noveno inning.
Uno de los peloteros más sobresalientes de aquellos años fue Roberto Almarales, un coterráneo de Beny Moré que terminó su carrera con 107 victorias, 115 derrotas, un promedio de 3.95 carreras limpias y 861 ponches. Como las cifras no miden la actitud y el arrojo desde la lomita, nunca son suficientes.
Recuerdo un domingo de principios de los 80 en que tiró tremendo juego en el 5 de septiembre.  Cuando pasó en la guagua de Lajas, los borrachos de mi pueblo lo hicieron bajar para celebrar la victoria. A las 10 de la noche lo subieron a un tren de carga para que lo dejaran en Cruces y, una vez allí, trataran de mandarlo a como diera lugar para Santa Isabel.
Nunca supe cómo llegó, solo sé que el sábado siguiente le ganó a Jorge Luis Valdés y al temible Henequeneros. “¡Ese negro es un pingú, cojones!”, exclamó el Curro Guedes cuando Almarales sacó el último out. Era una época muy romántica, en que bastaba que nuestro equipo ganara un partido para sentirnos dichosos.
Nos habían dividido en catorce pedazos y medio, nos habían partido en tres; pero aún nos pertenecía el lugar en el que tan bien estábamos, porque nosotros todavía pertenecíamos a él. Ya casi nadie recuerda a Roberto Almarales. Pero cuando yo pienso en aquella época, su nombre es uno de los primeros que me viene a la cabeza.