11 enero 2018

La dictadura de los ultra correctos

La noche que hice el mejor fildeo de mi vida, la del 25 de julio de 2011, fue también la de mi más exitoso flirteo. Llegué a Casa de Teatro, en el corazón del Santo Domingo colonial, y quedé encandilado por unos ojos azules que alumbraban desde una de las mesas del fondo.
Fui insistente, torpe, incorrecto… Asedié y acosé a Diana Sarlabous. Tanto me propasé, que apenas unos minutos después de haberla conocido y sin darle tiempo a reaccionar, le di un beso (en esa acción, siempre reconozco el crédito del Brugal Extra Viejo que llevaba en la mano).
Hoy, mientras leía Defendemos la libertad de importunar, indispensable para la libertad sexual, el manifiesto contra el “puritanismo” que firmaron en París más de cien artistas e intelectuales francesas, pensé en aquellos minutos en que Diana Sarlabous pasó de ser una absoluta desconocida a la mujer más importante de mi vida.
Por eso firmaría ese documento y todos los que se redacten contra el extremismo de los ultra correctos, esa afán que acabará por empujar al mundo a los brazos del fundamentalismo moralista que tanto pregonan los más conservadores de la política y la religión.
La violación es un delito muy grave que debe ser rechazado y condenado sin vacilación. Pero de ahí a caer en una cacería de brujas a veces hasta por tonterías, hay una gran diferencia. Ya en Hollywood se ha empezado a borrar rostros de las películas, una bochornosa práctica de muchos regímenes totalitarios.
Por eso me temo que esta cruzada puritana puede conducirnos a horrores aún peores que los que la desataron. Pocas semanas después de nuestro primer encuentro, Diana Sarlabous y yo nos casamos. Desde entonces, como en las películas de Disney, nos sentimos dichosos para siempre.
En la dictadura de los ultra correctos nuestra historia hubiera sido imposible. Aún seríamos aburridamente íntegros, tremendamente infelices.

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