02 febrero 2018

La manzana en la cabeza de Fidelito

Lo vi en persona una sola vez. Fue en la oscuridad del club Imágenes, en el Vedado. Corría el último año del siglo XX. Todos bebíamos ron en espera de Pedro Luis Ferrer y su guitarra. Él no era la excepción. Estaba sentado en una mesa delante de la nuestra, acompañado por Pachito Alonso y dos mujeres.
Aplaudió con una sonrisa canciones y chistes, incluso el de “Ay, mamá Inés, ya ni los blancos tomamos café”. Todos susurraban el mismo comentario, que era igualito a Fidel. En honor a la verdad, visto desde aquella sofocante penumbra, sus siluetas eran idénticas.
Recuerdo que unos días después el periódico Granma anunció que Fidel Castro Díaz-Balart había sido nombrado asesor del Ministerio de la Industria Básica. Volvía a la luz pública después de permanecer 7 años en una oscuridad similar a la del club Imágenes. Su propio padre había explicado las razones del castigo: “ineficiencia en el desempeño de sus funciones”.
Hace unos años, en República Dominicana, un ministro del gobierno de Leonel Fernández me contó que el presidente le había encargado atender al hijo de Fidel durante su estancia en el país. “Estaba obsesionado con conocer Casa de Campo y Punta Cana —me dijo—. Leonel autorizó que lo lleváramos en un helicóptero. Parecía un niño fascinado con los campos de golf y los hoteles”.
Hoy el Granma le informa al pueblo de Cuba que Fidelito atentó contra su vida. Llama poderosamente la atención la profusión de detalles en un medio que se caracteriza por la parquedad: “venía siendo atendido por un grupo de médicos desde hace varios meses con motivo de un estado depresivo profundo”.
En una de sus canciones, Carlos Varela hace una analogía entre una leyenda del siglo XV y la revolución cubana: “Guillermo Tell no comprendió a su hijo/ que un día se aburrió de la manzana en la cabeza”, dice el trovador. El primogénito del dictador cubano también parece haberse cansado del peso que llevaba sobre su cabeza.
Y como su padre ya no es quien tiene la ballesta, acabó por quitárselo él mismo.

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